martes, 21 de noviembre de 2017

Crónicas de un Aspirante. Los Últimos Días. Vol. II

"Vamos un rato a caminar, que hoy no puedo sin ti"


Con el otoño paseándose en la ciudad capital, los aires fuertes se han llevado de un lado a otro las nobles hojas que visten a los árboles, y además de esas hojas, el viento mismo pasea por estas calles los sentimientos de cuatro años bien vividos en la tierra del paste, los tuzos y el patriarcado priísta.

Las gordas y espesas nubes se reúnen en el cielo y no permiten ver el azul de allá arriba. Los transeúntes van de un punto a otro, caminan con prisa o fuman un cigarrillo con mucha calma, van sin rumbo, solos y con compañía, carcajean, maldicen y joden con su florido lenguaje vulgar, como si su vida dependiera del número de veces que dicen puta, pendejo ó chingón.

Todas esas palabras 'padres', como diría don Jacobo, me hacen recordar con más fuerza mis momentos en los pasillos, salones y demás áreas del instituto en donde aprendí a observar y a juzgar el comportamiento de las masas o la nula intelectualidad de las figuras que aparecen a cuadro en nefastos episodios televisivos. En ese recinto diseñado como un laberinto propio del mito del arquitecto Dédalo y el Minotauro, conocí la hermandad del espíritu que contraria a la hermandad sanguínea, llega sin avisar y deja huella aún cuando se va.

Ahí mismo gocé de columpiarme junto a mis 'amigos telúricos', en un trozo de tela que me dio motivos para volar alto y me mostró que la vida a veces sí pende de un hilo -o de una tela-.
Ahí mismo sufrí por un nombre cuando el espacio destinado a albergar voces y melodías, no había sido bautizado formalmente. Me hizo feliz que todo fuese aleatorio, y entendí que por raro que suene, no siempre somos lo que somos, o lo que creemos ser.

Las noches se quebraban con fuertes ráfagas de viento que hacían estallar las ventanas y, mi nula costumbre, me causaba temblores y dolor en las costillas. Extrañaba casa más en el otoño que en el verano, jugaba con pelotas en el árido clima y contaba estrellas mientras recorría como ciego los senderos de la inseguridad que representaban mis deseos de abandonar todo, de mandar a la basura el esfuerzo de viajes y gastos y sacrificios hechos en el seno familiar. Y si no desistí fue porque dentro del corazón fatigado siempre creí que algo bueno tendría lugar, pero sin estar seguro de cómo, cuándo y qué pasaría.

Entre exposiciones y ensayos la vida académica transcurría, y yo sólo estaba ahí, pensando y extrañando a morir. Era apenas el inicio de una aventura y cada paso llevaba un toque ligero de miedo, ansiedad y duda, pero esa misma carga de incertidumbre se complementaba con el deseo y la ambición propia de quien leía historias del Magno Alejandro y buscaba replicarlas en un terreno invadido por la Escuela de Frankfurt y muchas figuras retóricas organizadas en ficheros de colores. 

¡Si tan sólo hubieran presenciado esos días! Esa ingenuidad tan mía siendo conquistada por unos tragos en la fiesta y por canciones sonando en una bocina. De aquél muchacho ilusionado queda poco, y no porque hoy se exprese con menos emotividad y más inyecciones de realidad, con menos cristiandad en las venas y más poesía en la boca y en los dedos; o con menos inocencia pero la misma sinceridad y pasividad. Más bien queda poco de ese muchacho porque como diría el filósofo Heráclito: "Nadie se baña dos veces en el mismo río".¡Si tan sólo hoy notaran el cambio! Ojalá pudieran ver lo que yo veo en mí y lo que quiero proyectar desde mi trinchera, sentado muy cercano al foro de televisión, con el corazón ardiendo y la consciencia sana y tranquila, encausada hacia un par de luceros y largos y preciosos cabellos.

Los últimos días paradójicamente me hacen pensar en los primeros, en el comienzo del fin, así como la muerte me hace pensar en el nacimiento, así como el renacer me hace pensar que el propósito de esto es morir, pero morir luego de haber vivido bien. Una serie de dichos y palabras enredadas que al final deshacen el enredo que significa estar en este preciso momento, parado aquí, con una voz resonando en las paredes y con una sonrisa enorme, digna de ser retratada, sincera como para ser preservada y radiante como para que no se apague en el futuro cercano.

Y así, amigos míos, es que transcurren los últimos días de quien aspira a contar tantas historias como sea posible. Así, a las luces de esta ciudad, es como quien les narra memorias decembrinas, terremotos y fidelidad por un equipo de fútbol, hoy les narra lo lindo de aquello que llega espontáneamente y que deja huella aún cuando parecería que en ocho semestres previos ya había pasado todo. Así es como esta crónica -o relato, mejor dicho- llega a su fin en el tiempo correcto, en la ciudad indicada y con las risas que llegan de la nada y se quedan cariñosamente guardadas.



viernes, 10 de noviembre de 2017

Crónicas de un Aspirante. Los Últimos Días. Vol. I

Cuando el tiempo pasa y nos hacemos viejos nos empieza a parecer que pesan más los daños, que los mismos años.”

Pasé un año de mi vida imaginando cómo sería convertirme en periodista. Lo hacía mientras trabajaba en el taller de mecánica en mi bachillerato y llevaba puesta la bata azul y gafas de seguridad. Imaginaba que usaría un traje, corbata y que estaría haciendo múltiples reportes y entrevistas a nivel cancha en estadios deportivos en todo el mundo. Me veía charlando con Aaron Rodgers en la antesala de un Super Bowl, en la final del mundial de fútbol en Rusia esperando la coronación de la Mannschaft o narrando un juego de baseball en directo desde Fenway Park, en Boston.

Las visiones no tienen mucha relación con la realidad inmediata, al menos no en este preciso momento en donde me toca hacer un balance sobre lo acontecido en los últimos 14 meses desde que el simulador periodístico se convirtió en el modus vivendi de quien ahora escribe con nostalgia. Deben saber que esta -la nostalgia- es de mis sensaciones menos predilectas, pues se trata de un estado en donde ni somos alegres, ni estamos tristes ni sabemos qué sentir o cómo sonreír.

Con esa variedad de ánimos es que recuerdo cuando comencé esta aventura, esta recopilación de intervalos carentes de cordura pero cargados con una percepción tan íntima, que en muchas de las líneas puse auténticamente el corazón y las lágrimas mientras hilaba las palabras hasta convertirlas en una suerte de voz escrita. Así es como podría expresarles mi primer desencanto con mi área de énfasis, o mi primer hartazgo jugando a ser reportero.

El intento que hice por convertirme en un periodista, me llevó a odiar las rutinas, las escritura poética, la música cursi y la comedia ridícula y, en cambio, me hizo fanático de la barba ligeramente desordenada, las piezas compuestas por Beethoven, el whisky nocturno, los cigarrillos en días fríos, el café en las madrugadas y el humor negro. No justifico esos ‘vicios’ como consecuencia de mi aspiración periodística, pero en definitiva llegaron a mi vida cuando más necesarios eran.

Porque los primeros dos semestres de esta travesía se pasaron entre frustración y buenos ratos, cariños inesperados y escritura mecanizada, rutina agobiante y tareas sin entregar; jugando también a ser bombero y esperando a que un incendio se extinguiera con apenas una cubeta de agua (esta es un analogía que explica cómo su servidor intenta salvar los exámenes globales).
Los primeros dos semestres gocé más ir a ver las películas de súper héroes, que escribir lo vacío que me hacía sentir el hecho de que no estaba siendo un buen intento de periodista.


El recuento de daños me hace pensar que, tal vez yo no vine a este mundo para escribir sobre otros, sino para ser sobre quien se escriba, lo cuál ya es demasiado soberbio de parte mía pero, ¿debe uno ser quien busque y decida el destino propio, o debemos someterlo al deseo de terceros? Ese recuento también me hace creer que allá afuera hay muchas historias que piden ser expuestas, pues lo mínimo que merecen las personas cotidianas que hacen obras dantescas, es ser escuchados.

Este primer tomo en donde hago memoria tenue sobre las condiciones tan grises que acompañaron los primeros meses, me ha llevado a desear compartir con ustedes memorias más lúcidas, tangibles y optimistas, pues el peregrinar no sólo fue tedioso, sino que también tuvo adornos vivaces y coloridos. La caminata entre reportajes, notas, artículos, entrevistas y trabajo de campo también tuvo la brillante presencia y sapiencia de personas como Gregorio allá en Necaxaltépetl, el coach Sánchez Cabrera y sus 'garzas tackleadoras' o el maestro Pacheco en los pasillos de mi instituto.

Por ello, esta serie se prolongará durante más entregas en este mismo espacio con el único fin de que sean parte de éstos últimos días que iniciaron en el lejano verano de 2013, cuando un grupo de astronautas rockeros cantaban muy cerca de la orilla en el fin del mundo, siendo ese mismo verano el instante donde el efecto dominó comenzó, y que hasta ahora me ha llenado de sentimientos encontrados, como mis amados Rojinegros del Atlas.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Voces de un Cerro Olvidado.

'El cerro también es parte de Juan Galindo'. Eso me dijo mi tía cuando estaba a punto de salir de casa. Le di la razón en el momento.
Llevaba conmigo mi maletín, un par de libretas, bolígrafos y una pequeña cámara digital. Al subir por la calle Honduras en dirección al estadio de fútbol, desvié mi camino rumbo al edificio de la Presidencia Municipal, me acerqué a un par de policías y pregunté si había manera de llegar a la comunidad de Necaxaltépetl.
Conversamos brevemente y me explicaron en dónde debía esperar, cuánto iban a cobrarme y los tiempos estimados del transporte pirata que se encargaba de la ruta.

Para seguir con mi afán periodística, compartí un par de historias en mi perfil de Instagram, anunciando que cambiaban los planes y que se mantuvieran pendientes de la evidencia en los pequeños vídeos que seguiría subiendo a la red.
Esperé por espacio de cinco minutos y en la espera se unieron un par de personas, mayores ellos. Un señor de nombre José y una mujer de cabello trenzado, sandalias, blusa de manta y un chal color guinda, cuyo nombre jamás supe. Llegó el taxi pirata. Me senté en el asiento del copiloto, abroché mi cinturón de seguridad y saludé al chofer. No hubo charla en el camino, y a decir verdad, no necesitaba que la hubiera. El paisaje que se veía desde esa prolongada subida, hablaba por sí mismo. Mientras íbamos camino a arriba, el clima cambió de forma drástica. Dejé el soleado centro de Juan Galindo y toqué las nubes que se posaron en el verde cerro. A mi derecha eran visibles otros municipios, algunos zopilotes extendiendo sus alas imponentes, voladeros y espesos bosques vírgenes, libres de todo asentamiento, libres de la destructiva mano humana.

Únicamente un par de personas se aparecieron en el camino mientras el Tsuru color azul serpenteaba por esas curvas ascendentes. Llegamos apenas cinco minutos después de que salimos de la cabecera municipal. 
'Por aquí voy a andar, por si quieres que te lleve de vuelta pa'bajo', dijo el conductor. Agradecí y me paré en el medio del lugar. Alrededor mio sólo se notaban árboles de todos tipos. Las nubes estaban entre nosotros, me sentía en uno de esos sitios místicos donde las deidades se acercan a los seres ordinarios y les comunican su sabiduría y secretos ancestrales. Frente a mí estaban dos edificios amarillos; una iglesia que lucía casi nueva y en pulcras condiciones y, la presidencia de la junta auxiliar, con paredes despintadas, un par de puertas de fierro color negro y vidrios sucios, claramente en mal estado, claramente lo opuesto al templo, claramente quedaba demostrado qué es prioridad en ese lugar y quienes trabajan por mantener en pie sus construcciones.

El hecho de que la iglesia esté en óptimas condiciones y el espacio destinado al gobierno de los hombres no, es explicado de esta manera: los habitantes del cerro de Necaxaltépetl le deben más al 'Patrón de arriba', que a las 'chingaderas de los políticos'. Al menos así lo expresó don Gregorio, el primer poblador en recibirme. 
Estaba tomando fotografías del lugar para poder construir una base y un entorno, y a lo lejos me preguntó por qué lo hacía. Expliqué brevemente lo que me había llevado hasta su pueblo, me presenté muy respetuosamente y solicité que hablara conmigo durante unos minutos. Accedió. 

A ellos -los pobladores de aquél bonito cerro- no les importa lo que pase en Juan Galindo, ni en el corrupto y oportunista sindicato de electricistas comandado por el farsante de Martín Esparza. A ellos, los marginados de aquella comunidad, les importa trabajar. Les importa que exista seguridad en su comunidad que se extiende por las laderas y veredas del conjunto boscoso. Les importa que en sus escuelas se haga lo necesario para que los niños aprendan y entiendan que de ellos depende cambiar el rostro de un lugar que ha sido marginado desde hace más de cien años. Porque Gregorio no olvida que fue justamente la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, la que de forma arbitraria mandó a los verdaderos habitantes de Necaxa a refugiarse en lo alto de un cerro. Fue esa empresa y sus obreros y familias dependientes de esta, quienes se burlaron de los pobres, los de origen indígena, los de manos y pies fatigados... Luz y Fuerza les dio la espalda y cuando ellos -los comodinos de esa paraestatal- solicitaron ayuda, lo hicieron con el cinismo que significa pedir regalado, pedir sin luchar, sin trabajar. 

En Necaxaltépetl no olvidan que cuando sus jóvenes iban a las escuelas de la cabecera municipal, la gente de clase acomodada los trataba como inferiores, los discriminaban por no pertenecer a un mundo creado a partir de la visión de Porfirio Díaz y la labor de Frederick Stark Pearson. Allá arriba, en ese pequeño pueblito que representa dignamente el verdadero corazón de la sierra poblana, no olvidan que cuando la clase política requiere de ellos para ganar una elección, les prometen las perlas de la Vírgen, pero cuando llegan al poder, se olvidan de la gente que los puso en esa silla. 
Esa memoria dolorosa que tiene la gente, no es canalizada con odio hacia el prójimo, por el contrario, prefieren usarla como motor para seguir estudiando, para unir a sus hombres y mujeres en torno a la fe y gritar que la unión les dará mucho más que mera fuerza.

Allá arriba, las sonrisas son sinceras, las palabras acogedoras y los apretones de manos son firmes. No hay hipocresía ni distinciones. No hay miradas por encima del hombro y uno se siente parte de algo, de un todo. 
Allá arriba, en el cerro de Necaxaltépetl, la cima no es un privilegio, es una resignación que una comunidad entera padeció y que, de la manera más loable, sirvió de trampolín para alcanzar cumbres insospechadas, para volar más alto que las aves de rapiña, para brillar más que las estrellas que tocan la punta de los árboles añejos y las campanas de su iglesia. 
Hoy he aprendido que mientras el poder descansa en su casa, la gente como Gregorio, Maunina o 'el barbas', venden pan, inculcan valores a los menores, ven la forma de llegar a nuevos horizontes y celebran los juegos callejeros de un puñado de niños y niñas que apenas requieren una pelota vieja y unos choclos gastados para ser felices.

Hoy, aprendí que en el mundo sólo se tienen dos opciones: o te quedas con los brazos cruzados esperando a que un sindicato haga algo por ti, o te arremangas la camisa, agarras un pico y una pala y aprovechas la vida que se te ha concedido para impactar en tus vecinos y entregarles aquello que el gobierno ni siquiera ha pensado darles. Hoy Gregorio y Maunina se sinceraron conmigo, y hoy yo les dedico estos párrafos porque sus historias merecen ser leídas, merecen ser escuchadas y merecen llegar a nuestros sentidos, porque ellos sí son guerreros herederos de la tradición mexicana. Ellos son la fuerza que mueve el engranaje de ese bonito pueblo. Ellos, desde hace cien años han sido y son la verdadera Resistencia de Juan Galindo.


martes, 19 de septiembre de 2017

32 Años Después.

Rey y yo caminábamos por el pasillo. Subimos las escaleras que conducían a nuestro salón, esperando tener un buen resultado en nuestra primera evaluación, nos paramos en el marco de la puerta y las cuatro personas que estaban dentro, tenían un semblante petrificado, como si la sangre en sus cuerpos se hubiese helado. 'Está temblando', dijo una de ellas. Miré a mi amigo, en mis ojos había señales de incredulidad. En esa caminata de 100 metros, nunca detecté la más mínima vibración bajo mis pies, pero quienes estaban dentro de las aulas, sí.

Una de mis amigas, D'zoara, salió de su salón y me observó con el rostro desencajado. Lo único brillante en ella era su chamarra amarilla, porque su piel se notaba pálida. Pronunció algunas palabras pero todo esfuerzo por percibirlas me fue imposible. Aunque yo no sentí algo, pude tocar el pánico en el aire que rodeaba mi cuerpo y el de Rey, pues permanecíamos de pie en ese pasillo sin dar crédito a lo que estaba pasando frente a nuestros ojos, y que había pasado bajo nuestros centros de gravedad. 
Los alumnos con mucha calma bajaban paso a paso por la escalera y caminaban hacia el exterior del módulo, pero varios de ellos se mantenían tan escépticos como yo. Entre el barullo y la masa que se comenzaba a aglutinar en ese espacio pequeño, las voces indicaban temor, sensaciones de caos y un poco de ignorancia adornada con comentarios que tenían como intención hacer mofa del movimiento telúrico, o mejor dicho, de los movimientos.

De a poco se llenaba esa micro explanada y era necesario movernos hacia el área verde y el estacionamiento. Algunos empezaban a realizar llamadas telefónicas y otros se tomaban el tiempo libre para fumar un cigarrillo o tumbarse sobre el césped. Se unían de a poco los compañeros de otras licenciaturas y los docentes. Quienes llegaban por el acceso principal no entendían por qué el enorme albotoro. Nos sentamos en una banca y se sumó Martín. Increíblemente, el muchacho hacía tarea mientras todo el ICSHu estaba al borde de la histeria colectiva por los rumores que circulaban sobre lo destructivo que resultó el fenómeno. 'Fue de 6.8 grados'. Decían unas chicas que no despegaban sus pulgares de la pantalla de sus celulares. 'No entra la llamada, ni le llegan los Whats... está muerta la línea', ese era el comentario tendencia de aquél momento.

13:30 horas en Pachuca de Soto. Habían pasado cerca de 15 minutos y lentamente la nubosidad de incertidumbre se iba disipando. Me llamó mi mamá quien aún sonaba angustiada, apenas entendí lo que me dijo. Escribí torpemente un par de mensajes para mi padrino Leo y para mi amiga Andrea, pero no se enviaron en el momento. Las voces seguían creando y esparciendo rumores y uno de ellos me alcanzó: 'Fue en Puebla, en Puebla estuvo el epicentro.' En el preciso instante entró una llamada de mi papá. Respondí y la pregunta obligada hacía alusión a mi estado; me encontraba bien. Me dijo que le había llamado a mis primas en Ciudad de México y que viendo las noticias supo que el epicentro de uno de los sismos fue cercano a Puebla. Me partí poquito por dentro. 

Por la mañana mi hermano menor había arribado a la ciudad de los ángeles en una visita escolar. Todo el entorno me había nublado la razón y tardé en reaccionar a lo que la confirmación de mi papá significaba. Mi hermano estaba en Puebla, cerca del epicentro. Los rumores y el calor que caía a plomo sobre mi gorra rojinegra del Atlas, no permitían que mi razón caminara con normalidad. Le pedí a Rey su teléfono para intentar hacer una llamada. No entró. 
Llamé a mi amiga Aleyda para saber si estaba bien y la sorpresa fue que ella estaba entre el tumulto. Pude saludarla y verla sana y con cierta calma, pero mareada por la sacudida que tuvo nuestro edificio. 

Me desesperé y traté de contactar a mi hermano, incluso me pasó por la mente la radical idea de pedir dinero prestado y tomar un autobús rumbo a Puebla con tal de abrazar a mi hermano y de saberlo sano y salvo. Volví en sí. Me preocupaba que dentro del salón de clases estaba mi mochila, mi computadora y mi cartera. Quería ir al baño, orinar y después lavar mis manos y enjuagar mi cara porque aún me sentía noqueado, pese a no haber sentido aquello de lo que todo el centro del país estaba hablando.
D'zoara y Aleyda hablaban de las sensaciones que el movimiento dejó en ellas. Mareos, inseguridad y un poco de miedo se expresaban en sus rostros, en sus ademanes y en el tono de sus voces. Martín leía y me pedía ayuda para avanzar con la tarea que debió haber entregado una hora antes.

Rey estaba con Dani, su novia, haciendo algunas llamadas y hablando, dándose afecto entre abrazos y palabras de seguridad y calma. Caminé con Martín hacia un árbol que daba sombra y nos sentamos por un momento, él a hacer su tarea y yo a tratar de mantener la calma mientras la angustia por mi hermano no cesaba, sino que crecía. 
Caminamos de nuevo buscando noticias o información sobre la situación en nuestra escuela. No nos dejaban pasar a las aulas, estaba todo cerrado con llave y las autoridades se mantenían muy herméticas, no soltaban prenda, como se dice en el argot popular.
Encontré a teacher Senia y pedí su ayuda. 'Yes, honey. It's yours.' Tomé su celular y llamé esperando que Lalo respondiera en Puebla. La línea seguía muerta. Agradecí y me fui con Martín de vuelta al césped. 

Algunos hacían planes para ir a embriagarse, otros para ver el fútbol y unos más sólo 'comían flema', como dice el maestro Carmona. A mi me jodía por dentro no saber de Lalo. 
Yo no viví en 1985, claro está, pero la tristeza e impotencia seguro que fue mayor. De a poco se regulaba la situación y aunque me relajó un poco platicar con Aleyda, Rey y Dani, en el fondo yo sentía una enorme angustia por un muchacho flaco y medio alto que estaba a 200 kilómetros de mí, en las calles del centro histórico de la ciudad de Puebla. Ninguna llamada lograba enlazarse, sólo tenía a mi padrino y a Andrea, a Yareth y la seguridad de que mis padres estaban tranquilos. Finalmente nos dieron paso a los salones y tomé mi mochila, antes de irme aún pregunté a mi maestra de narrativa periodística si me había ido bien en mi examen del primer parcial. 'Fuiste de los más altos.' Me fui del edificio.

Llegué a Casablanca con mi mamá y encontré el mismo rostro que había visto en muchas personas de ICSHu; era un rostro que reflejaba calma pero que albergaba dolor, preocupación, impotencia. Imaginen pues, la sensación de quien ve las paredes sacudiéndose, las mesas y sillas tambaleando y su centro de gravedad movido por la fuerza de un planeta vivo. '¿Ya sabes algo de Lalo?' Respuesta negativa y los ojos a punto de romper en llanto. Mi mirada también se nubló y se tornó cristalina por unas lágrimas que no se derramaron. Comí arroz blanco, chicharrón en salsa con nopales y bebí agua de guayaba. Seguía en contacto con mi padrino quien me contó que a él lo sorprendió el temblor mientras salía del taller, luego de que su patrulla se descompuso. Me dijo que mi primo Leonel estaba en Toluca cuando tembló, y que la pequeña Bianka se encontraba en la escuela; mi madrina Brenda estaba bien, y se mantenía en charla mediante mensajes con mi mamá. 

Leía Twitter, veía noticias, escuchaba todo, trataba de comunicarme a Puebla. Mi prima Silvia respondió los mensajes y me dio un gusto enorme que ella y sus dos hijos estuvieran sanos y salvos, quitando un poco el hecho de que estaban asustados. En la televisión sólo había edificios derrumbados, escombros, reporteros valientes tratando de no entrar en crisis ante la situación; en Twitter leía que el gobernador Tony Gali Fayad, confirmaba dos muertos en la ciudad, después cinco y cuando el número llegó a seis, cerré la aplicación y entré a un cuarto a llorar, pero no fue posible, nada salió de mi cuerpo, ni las lágrimas ni la angustia por mi hermano y por mis seres amados. 

Escribí a Mafer, una amiga que data desde las épocas de la primaria, me respondió que su familia estaba bien y que sus oraciones y buenos deseos estaban con nosotros. Los gemelos Aldo y Erick, al igual que Luz, estaban en Puebla, por fortuna, seguros. Mi primo Daniel, no respondía los mensajes. 
Los chicos de Casablanca realizaban comentarios, comían y descansaban, pero era notorio que el terror había estremecido sus huesos. 
Andrea, con quien justo hoy cumplía cuatro años de amistad según Facebook, se ofreció para intentar contactar a mi hermano, pero sin éxito alguno. ¡Vaya forma de celebrar un aniversario amistoso! 

Timbró mi teléfono cuando estaba a punto de ir al baño, era papá. Con un tono de voz distinto al de las dos llamadas previas, finalmente me dio la mejor noticia del mundo: 'ya me comuniqué con tu hermano, está bien. Dile a mami para que ya no esté preocupada.' Sin poder dar una respuesta firme, consecuencia del alivio y la gratitud que sentía, colgué a papá y agradecí a todas las deidades posibles por lo que consideraba un milagro. Le dije a mamá la buena nueva y me metí al mismo cuarto a derramar unas cuantas gotas desde mis ojos. Avisé en el instante a Andrea quien me estuvo apoyando durante todo el proceso. Envié una nota de voz a mi padrino para avisarle de la situación porque, también me pidió que lo mantuviera al tanto. 

Continué buscando a amigos con la herramienta de Google. Escribí a Lili y recibí una respuesta positiva, sabiendo pues, que ella y su mamá estaban bien. Yareth se sentía mareada y asustada. Me comuniqué con Alexia y la respuesta tardó en llegar, pero me llenó de alivio que me llamara y poder escuchar su voz aún con las afectaciones a la red celular. Hablamos un ratito y nos preocupamos por nuestras familias en Huauchinango, Puebla. Apagaron la televisión de Casablanca y siguieron con sus vidas de manera habitual. Alexis despertó de su profundo sueño y se tumbó de nuevo ahora en el sillón, Germán y su amiga comían lo mismo que yo había comido y en el otro extremo de la mesa plegable, Víctor, Cristian y Fer, jugaban cartas. 

La temporalidad parecía normalizarse y las charlas eran más tranquilas que dos horas antes, ya con la certeza de que mis seres queridos estaban bien, y de que muchos en redes sociales se reportaban seguros. Yaz me escribió para saber si estaba bien y agradeció a Dios que nuestras familias se encontraran en condiciones óptimas.
Lalo apareció en Casablanca cerca de las 19:30 horas, a decir verdad no noté la hora, pues cuando le abrí la puerta lo único que pasó por mi mente era darle un abrazo enorme, mismo que rechazó porque tenía unas imperiosas ganas de ir al baño. Cuando terminó, lo vi fijamente. Camisa negra, pantalón de mezclilla y zapatos, una chaqueta de cuero que se quitó y su típica sonrisa un tanto forzada. Los lentes no permitían ver claramente su mirada pero proyectaba temple y seguridad. Ese muchacho de 18 años, alumno de la licenciatura en Economía, había salido ileso de un siniestro groso y lamentable, y ese era mi milagro. 

Llegué a casa junto con mi madre. Papá estaba viendo los noticieros en televisión y se comunicaba con sus familiares en el país y fuera de él. Copiaba y pegaba una cadena de oración, respondía mensajes y narraba con nerviosismo y tristeza la manera en que se sacudía todo dentro de la casa. Por medio de una llamada mi mamá contactó a mi abuelita Pompeya, a su cuñada Eri y pudo hablar con mi tía Isaura. Ellas tres sonando preocupadas y con miedo, asustadas por lo que pasó y pasaba. Tocaron la puerta blanca de casa, era Lalo. '¡Salte Choco!' La perrita color marrón de mirada tierna y colita alegre, obedeció. Entró mi hermano luego de una reunión con algunos de sus amigos. Mismo semblante, pero con aroma a cigarrillos propios del encierro en esa casita del fraccionamiento Colosio. 

Llamé a mi tío Casca porque debía solicitarle un favor, además de que necesitaba saber de él y de su familia, sabiendo que nunca hubieran esperado que en la Sierra Norte de Puebla, sentirían un miedo así. Colgué el teléfono y me dispuse a preparar mi maleta y todo lo necesario para el viaje.
En el cuarto contiguo mis padres hablaban con un Lalo que sonaba acelerado, con un toque de angustia y bravura en su voz fatigada luego de una maratónica jornada que comenzó a las 4:30 horas. 
Nos reunimos los cuatro en la cama matrimonial e intercambiamos historias, pero ninguna fue tan cruelmente contada como la que mi hermano había sentido. 

Con una voz que se iba quebrando lentamente, nos habló de cómo vio los cristales tambaleantes del edificio donde se encontraba. Nos habló del pánico colectivo que la gente detonaba en las calles de Puebla. Lalo siempre ha sido sensible, fuerte y valiente, pero al narrar cómo caían los ladrillos de las paredes, cómo paulatinamente las calles y pasajes se llenaban de escombros; al narrar todo eso, se rompió algo en su interior y entró en crisis. Lloró amargamente y lo único que pasó por mi mente fue abrazarlo y hacerle sentir que entre nuestros brazos estaba bien. Como le dije a Aleyda una hora antes, me uní a mis padres y a mi hermano en una oración por quienes sufrían y en agradecimiento porque las personas amadas estaban a salvo. 

Ver a mi hermano con una toalla cubriendo su cabeza, diciendo que nunca había sentido algo así, escuchando cómo gemía y crujía sus dientes, viéndolo temblar y fuera de sí, me jodió. Jodió a mi papá que sólo atinó a abrazarlo, jodió a mamá que sólo atinó a derramar más lágrimas. Ver escombros y gente saliendo y siendo sacada de ellos ha sido la experiencia más amarga de mi vida. Leer los tuits de Tony Gali confirmando muertes, e imaginando lo peor, dañaba mi corazón, mi hígado y los pulmones. Imaginar que mi hermano tal vez era una de esas personas heridas o una de esas personas que no habían tenido tanta suerte, era una tortura que abría heridas en mi piel. 

Hoy vi en el rostro noble de Lalo, la tragedia de todo un país, porque no me olvido de mis hermanos en Chiapas y Oaxaca, que siguen pasando noches frías y mañanas inciertas. Hoy vi en el rostro de un muchacho de 18 años, el sufrimiento de mis paisanos poblanos, la histeria de quienes revivieron una tragedia 32 años después. Vi en esas lágrimas el dolor de madres que perdieron a sus hijos y el dolor de ancianos que deseaban la muerte al ver su vida entera convertida en escombros. En el sufrimiento de Lalo sentí la tragedia de mi nación, de mi gente. Y ese mismo sufrimiento hoy, justo ahora, me hace ver lo frágiles que somos ante la naturaleza y sus embates, pero también me muestra lo grande que puede ser México, lo inmenso de su gente y el precioso amor que aún palpita en nuestros corazones. 

jueves, 13 de julio de 2017

Noches con Panoramas Infinitos y Ratos Melancólicos. Vol. II


La Diosa no estaba, se había ido, o tal vez sí estaba pero se encontraba ausente. Dentro de lo vacío que me sentía, por lo menos era bueno saber que la Diosa y yo teníamos algo en común: parecíamos ausentes la misma noche. Ella de mí, y yo del resto del mundo. 
Mi noche era una tormenta de pensamientos disfrazada de la calma que los marineros sienten cuando pisan tierra luego de estar a la deriva. El pasado, el presente, el futuro; todo tenia lugar pero no forma, todo tenía color, textura y aromas pero, nada tenía lógica aparente. La cena era exquisita, el clima mantenía mis pies helados y de alguna manera sedaba mis dolores corporales pero avivaba los sensoriales, los que le competen a las memorias y los sentimientos. 


¿Disfrutamos la vida o qué? ¿Cómo se disfruta la vida? ¿Qué se hace cuando la vida pasa lentamente a través de las costillas en una noche de verano fría? Apenas un puñado de preguntas y toda una baraja de respuestas posibles. Entre chistes malos en la TV y el eterno resplandor de una mente sin recuerdos, pensé que lo mejor para explorar el panorama infinito de este episodio, sería dormir y hacer a un lado los ratos melancólicos; pensé que sin emociones conectadas a memorias específicas dentro de mi mapa mental, podría dormir tranquilo como suelo hacerlo luego de un par de tragos de whisky. Pensé, pensé, pensé. Nada.

La infinidad del panorama me alcanzó y la melancolía de los ratos se hizo presente en mi pequeña cama individual. Los compañeros de sueños que suelen acompañarme, no tenían respuesta con toda su suavidad y felposa presencia. La luz no existía porque es inhumano pretender descansar cuando uno mira directamente a la luminosidad de ese foco blanco. Escuchaba claramente todo tipo de sonidos. Estaba presente una disputa entre canes en la cercanía de esta casa, unas cuantas y tímidas gotas de agua chocando contra la ventana, el viento meneando suspiros, la relajación y el descanso de mi familia... todo tenía sonido e identidad, todo menos yo. Yo carecía de sonido porque aunque estaba despierto, no tenía muchas ganas de hablar. ¿Con quién diantres iba a hacerlo? Ni siquiera conmigo mismo era válido eso porque, mi otro yo, el que a veces me escucha, ya estaba cansado de la misma charla sobre la misma mujer y sobre los mismos ratos de nostalgia. ¡Yo no me cansaría de ella ni de esos ratos! ¡Qué maravilla ha sido poder vivirlo!

Avanzaban las manecillas del reloj y yo seguía vivo, despierto pero fatigado y al mismo tiempo, enérgico. Meloso entre un amor para recordar y el afortunado que encontró a un ángel en el infierno que representa la guerra. Meras referencias hacia películas románticas, claro está. La madrugada pasó así, con entretenimiento cursi mientras la soledad me hacía grata compañía. ¿Qué tan absurdo debe ser que en mi madrugada libre, una historia de amor me haga sentir jodidamente triste? Tal vez se debe al ideal que a mí me gustaría perfeccionar con la compañía indicada, tal vez.

Los panoramas morían de a poco con el marchar del tiempo nocturno pero los ratos esos de melancolía -o nostalgia, no se-, seguían martillando mi pecho, mi hombro derecho, mi muñeca izquierda y ambas rodillas. En realidad esos son achaques que la edad me ha dado pero, me gusta creer que explicándolo así tiene un impacto mayor en los miles de lectores que entran a este blog. Cercano el amanecer acompañado de la maravillosa estrella matutina, deduje que la cura para todo mal es revivir las memorias que se guardan cerca del hipotálamo, según recuerdo haber visto en un episodio de House M.D.
Que haya una narrativa tan clara usando fotografías, habla de que las capturas fueron perfectas, o de que nadie salvo yo, recrea mejor el momento. Corrió una lágrima por mi pómulo hacia mi mejilla y se ahogó en mis labios. Ignoro si se trataba de alegría o tristeza, pues me supo a sal con una carga moderada de 'ganas de alguien'. Cerré la computadora y los ojos también... 


viernes, 7 de julio de 2017

Noches con Panoramas Infinitos y Ratos Melancólicos. Vol. I

He dejado muy descuidado este espacio. En realidad, más que descuidado, lo he privado de lo cotidiano que a todos nos suele sorprender si sabemos mirar adecuadamente. Desde un ave picoteando un pañal sucio en el centro de la ciudad, hasta un grupo de esponjadas nubes intentando borrar al astro rey, sólo para darle más fulgor entre colores rojizos y la nostalgia de los momentos de gozo que algunas personas nos hacen pasar. 

Lo cotidiano siempre es extraordinario. No tan extraordinario como la cantidad de galaxias que se forman en el iris de los humanos, tampoco tan extraordinario como un sueño que te inunda al grado de sentir la piel de quienes viven en esa ilusión nocturna, no. Lo cotidiano más bien es extraordinario como el amor que una cachorra siente por un grupo de cuatro desconocidos que la tratan como princesa. Lo cotidiano es y será siempre, mi tema preferido para narrar lo que mis sentidos perciben.

Hace tiempo escribí una entrada con un título en el que parecía que su servidor aborrecía las palabras nocturnas. Pido una disculpa porque no era yo quien actuaba, era la motivación que una persona -no muy grata- provocaba en mí. Por cuestiones de respeto a mi pasado, no pienso hablar de esa mujer de tez rosada y cabellos enroscados. Espero que comprendan. 

Las palabras de medianoche y el sentido que intento darles, surgen a raíz de la nostalgia de las vacaciones. Si mal no recuerdo, este espacio lo inicié hablando justamente de las vacaciones. Hace un año el verano parecía una oportunidad para buscar sonrisas y transformarlas en un ideal de compañía. El verano del lejano 2016 pretendía ser el comienzo de algo bárbaro y fructífero en mi carrera por convertirme en el mejor periodista de mi generación (cosa que ya no creo, sin embargo ahora considero ser el más dúctil y talentoso escritor de la misma, mera modestia de mi parte). El verano pasado ofrecía mucho, y me dio nada. ¡Ahí radica, amigos míos, la melancolía de esta estación! 

No se dejen llevar por el extenso y absurdo título, pues además de escribirlo con el fin de sonar poético y de captar su atención, he intentado relacionarlo al presente espacial e irreal que me tiene aquí. Ya no hay más verano, al menos no ese verano idealizado y lejano. Ahora el verano es real, es cotidiano, es de miles de tonalidades e irónicamente, también es gris. Hoy el verano ya no tiene sonrisas que se van a convertir en seres perfectos, hoy mi verano tiene memoria propia, caminatas por las calles de esta ciudad, fotografías de fachadas y de un Reloj Monumental. Hoy el verano no es la línea de partida en la carrera periodística que solía ser. Hoy mi verano es el principio de muchas más palabras encausadas a un mismo fin. Hoy el verano no habla de anhelos ni sueños rosas. Hoy mi verano desea descubrir bosques y el secreto de una 'Sophia' que encontré -o me encontró- por allí.

Es este el volumen primero, el principio de un fin. Es un Alpha que irremediablemente tendrá un Omega. Las noches con panoramas infinitos descansarán mientras termino por entender lo finito y sigo fantaseando con lo interminable. Los ratos melancólicos pasarán, como pasa el dolor de pecho cuando tomas un analgésico o cuando miras una fotografía que capturó el momento perfecto. No hay más por hoy, me quedo con mis nuevas experiencias veraniegas, con mis pensamientos cálidos y con mis cartas y poemas. ¡Hasta la próxima noche de nostalgia!

lunes, 22 de mayo de 2017

Queriendo (NO) Ser Periodista.

Me he visto en un triste y extraño episodio. Uno de esos raros momentos en donde ya no queda más remedio que dar un último esfuerzo pero no porque se quiera hacer algo bien, sino por el lamentable hecho de que si no se hace, el pequeño triunfo obtenido en los meses previos no habrá de tener validez. Es una de esas tardes en donde quien ahora escribe, se plantea mucho más de lo que debería; como las caminatas pretendiendo crear un reportaje, las horas investigando temas para un programa radiofónico o las copas de más queriendo cerrar heridas y borrar piezas del pasado reciente.

Hace unos cinco años dije que quería ser periodista y traté de mantener vivo ese objetivo, aún cuando sólo me rodeaban tornos, fresadoras, taladros y batas azul marino con manchas de aceite y gastadas por el uso diario. Traté de mantener viva la llama de querer llevar la crónica del mundial de fútbol del 2018 o una de las hazañas que se gestan en cada Super Bowl que he visto. La intención de ser periodista me acompañó incluso cuando por mi mente pasó la absurda idea de querer entender a Dios desde el estudio básico del ser humano, y no desde el estudio universal que representa su posible infinidad sobrenatural. Querer ser periodista era la meta. Digo ‘era’, porque hoy -mientras voy hilando palabras para construir oraciones y párrafos-, ya no siento ese deseo de entrevistar a los ganadores de trofeos, ni me imagino colaborando junto a Ciro Procuna, Eduardo Varela, Pablo Viruega o Álvaro Martín en cualquiera de los espacios de análisis que tienen sobre el deporte de las tackleadas.

Hoy, quien está jugando a ser periodista, se siente fastidiado de ir por la vida buscando temas para reportajes. Me siento cansado de platicar de la inexistente magia en un pueblo llamado Huauchinango. Detesto imaginar que debo escribir seis cuartillas explicando el turismo, cuando no me he dado la oportunidad de ser turista dentro de mi México hermoso, y mucho menos fuera de nuestras fronteras. Detesto pensar que para el jueves próximo tengo que buscar la forma de completar un total de 40 cuartillas sólo para salvar mis notas en la materia de Seminario de Investigación. Detesto que para tener derecho a presentar mi examen final, deba leer forzosamente textos y reportar lo que me pareció bárbaro de ellos. Detesto que esa sea la vida a la que me esté condenando, porque es muy claro que para nada es mi visión del ‘ser periodista’.

Muchos de ustedes tal vez crean que es arrogante o mediocre de parte mía, pero a decir verdad, poco me importa lo que sea que piensen, porque me niego rotundamente a ser esclavo de una rutina que para otros es excitante pero, que a mi no me deja momentos gustosos, salvo el hecho de conocer gente nueva que también trata de ir contra la corriente. Si ser periodista es sufrir porque tienes que enviar tus seis notas diarias, entonces, ¡al carajo todo porque yo no quiero ser periodista! Si ser periodista es darle prioridad al tema por encima de quienes le dan vida al mismo, entonces, ¡al carajo el método porque yo no quiero ser periodista! Si ser periodista es tener que escribir como poseído sólo para obtener una nota ‘medio convincente’ y con ello, pasar mis materias; entonces, ¡al carajo todo eso, porque les prometo que no seré periodista!

Hoy, ya no quiero jugar a ser periodista, reportero o alguna de esas cosas raras que hay en el gremio, y a las cuáles respeto por su pasión y labor, mismas que no comparto porque no van conmigo, ni con mi identidad o esencia. Hoy quiero jugar a ser y sentirme libre. Quiero ir por la vida leyendo historias reales, contando historias reales y escribiendo historias reales y, si alguna de ellas me lleva al mundial de fútbol o me pone en un Super Bowl, bienvenida sea; pero si no ocurre, tampoco me lamentaré. Porque hoy les aclaro que no juego a ser periodista, ni aspiro a serlo, por lo menos no en este preciso momento de hartazgo. Hoy soy un hombre de 22 años que sabe de dónde viene, sabe dónde está y muy seguro de mí, digo que se perfectamente hacia dónde no pienso ir. Lo que venga en las semanas próximas, me habrá de tomar por sorpresa, y con la misma ilusión que hace cinco años me hizo ir contra la corriente, podré respirar profundo y declararme listo para cambiar el rumbo. ¡Hasta la próxima!



domingo, 14 de mayo de 2017

Si te lo Explico, no lo Entenderías.

Pocas ocasiones me dejo llevar tanto por mis pasiones como en este fin de semana. De las cosas menos importantes, el fútbol es la más importante, lo he dicho siempre -o por lo menos en el pasado reciente-. Pues así es, queridos lectores, el fútbol es una de las pasiones que me conducen con ánimo los fines de semana largos y tediosos. Mi equipo no es esa ‘maravilla’ mafiosa que está representada por los azulcremas, tampoco es ese equipillo chico que hoy se siente una potencia mundial y cuya afición sólo aparece cuando les va bien. Mi equipo no es el cuadro de los amargos de enfrente que siguen viviendo de su historia sesentera. Mi equipo es la academia del fútbol mexicano.
Hace ocho años que mis colores son rojo y negro. Hace ocho años que entiendo la fidelidad, el amor y la pasión por un escudo y una institución que representa el buen trato al balón y además, representa el semillero de leyendas del balompié mexicano como Marcelo Mercado ó Alfredo Torres y, actualmente, Andrés Guardado, Pavel Pardo, Daniel Osorno, Oswaldo Sánchez, Jared Borgetti y Rafael Márquez.

Mi equipo es el mismo que sólo se coronó una ocasión en nuestra liga profesional, allá en el lejano 1951 con un gol del tico Edwin Cubero y, ante el odiado rival. Mi equipo es el Atlas de Guadalajara, nombrado así en honor al titán griego que era el sostén del mundo, porque desde 1916, los zorros han sido el club que sostiene a los jugadores más exquisitos de México. Han sido cien años de tradición futbolera que me lleva a desbordar mis razones durante 90 minutos siempre que veo a mis rojinegros corriendo, empujando, sudando y entregando todo por la causa tan noble que representan.


Yo no le voy al Atlas porque tenga 11 campeonatos, ni porque incorpore a sus filas a franceses goleadores, no señor. Yo soy del Atlas porque sufro con sus colores y gozo con sus goles. Soy del Atlas porque no vivo de copas, sino de la pasión que me provoca. Yo soy del Atlas porque por absurdo que parezca sólo con ellos disfruto del fútbol. Puede que tenga que esperar para verlos campeones de nuevo, puede que los fantasmas del descenso ronden nuestra madriguera en la colonia Independencia de Guadalajara, puede que todos quieran burlarse de los defectos que nos han orillado a arrastrar el invaluable prestigio que tenemos pero no me importa. No importa porque ser seguidor de este equipo es únicamente para valientes, soñadores, pacientes y fieles; porque cualquiera puede apoyar a Tigres, América, Chivas y hasta al Pachuca; pero sólo los amantes del juego son seguidores de mi Atlas, sólo los titanes que gritan y sufren y gozan la gloria hasta el último aliento pueden sentirse orgullosos de llevar el rojo y el negro adherido a la piel, y el cántico de amor eterno retumbando en el corazón. Así expreso de forma breve mi amor por este equipo de fútbol, y no me explayo más porque, si te lo explico, no lo entenderías…

lunes, 8 de mayo de 2017

Carrera de Egos.

Iré directo al grano: las sociedades de alumnos en las escuelas suelen ser el escenario perfecto para que se de un ejercicio democrático de menores proporciones que una elección federal, por ejemplo. Sin embargo, también son una muestra clara de cómo la popularidad nubla y opaca los argumentos que un verdadero zoon politikon al servicio de la incertidumbre democrática ofrece.

Esta semana de forma muy repentina en el ICSHu -aquél noble recinto que alberga a científicos sociales críticos y racionales-, tuvimos una serie de campañas al más puro estilo blitzkrieg de las tropas del Reich en la Segunda Guerra ó, al estilo de alguna canción de The Ramones. En apenas un par de días, tres humanos deseosos de entregarse en cuerpo, alma e intelecto al servicio de todo el alumnado del campus, tuvieron que ir mendigando el voto de quienes no tenían ni la más mínima idea de quiénes eran esos individuos que acompañados por un séquito de no muy deseables seres, exponían sus argumentos -todos iguales, por cierto-.

Mi problema no es el hecho de que las campañas se hayan realizado tan espontáneamente, ni el hecho de que uno de los candidatos ni siquiera sintiera un poco de agrado por nuestro instituto -saludos a la señorita Martínez, aprovechando el espacio-; mi mayor problema radicó en el punto que seguro muchos notamos pero que pocos realmente manifestaron: el ego.
Respeto los motivos que orillaron a cada uno de los aspirantes a lanzarse en esta carrera por la presidencia pero, no me terminan de quedar claras las reales intenciones que esconden en lo individual y colectivo. Todos hablaban de gestiones de transporte, de espacios dignos, de unificar a 10 licenciaturas y bla, bla, bla… y ahora que lo reflexiono, considero que las propuestas absurdas que el supuesto candidato independiente lanzó, eran más reales y sinceras que aquellas palabras con las que quisieron obtener el triunfo los otros.

Las votaciones fueron una carrera entre tres egos que hicieron lo que estuvo en sus manos para conquistar la silla de esa pequeña oficina de atención a alumnos. Vi de todo, desde lonas colgadas en todos los rincones de la escuela, hasta apretones de manos dudosos y lo más absurdo, clases masivas de zumba… (aprovecharé para enviar otro saludo a Vane, ya que ando bien amable con ella)
Honestamente, detesto que este tipo de momentos los gane la popularidad y la prostitución de la amabilidad que seguramente desaparece tras las votaciones.

Los egos se elevaron y se desplomaron en menos de tres días. El poder envenena, pero les aseguro que se disfruta tener cianuro en las venas mientras uno se jacta de haber convencido más eficazmente a los indecisos. Tristemente no ganan los argumentos, al menos no en esta ocasión. Tristemente los votos se entregaron a quien regaló unas revistas, montó un concierto para las aves y evadió preguntas en el magno debate en el que todos expusieron su poca seguridad argumentativa.

El ego y la popularidad de una persona, han triunfado sobre las necesidades reales de los alumnos. La apatía que yo y muchos más recuerdan de aquél día de julio de 2013, le ganó al espíritu garza. El viernes, no ganó una persona; perdió un instituto.

viernes, 31 de marzo de 2017

¡La Garza del Agua!

Viví un día poco usual, atípico. Un día que en el entorno no parecía ser diferente a los pasados. Las pesadillas de esta madrugada me alcanzaron a las 3:25 y no me soltaron hasta que mi alarma finalmente sonó para llevarme hacia el baño a tomar una ducha. Tras un desayuno ligero y un presuroso viaje por algunas calles del centro de mi ciudad, llegamos al punto de encuentro.
Casi cuatro años en mi casa de estudios se resumieron a este momento: una multitudinaria toma de protesta. No suelo ser muy partidario de la política y los eventos llenos de mares de gente, puedo decir abiertamente que detesto verme rodeado de desconocidos que luchan y se empujan entre el agobiante calor de sus cuerpos sudorosos y el bochorno de la Bella Airosa.

Pero hoy, esta misma mañana, las cosas fueron peculiares. El entorno entero no era igual a cualquier otro ambiente experimentado. Viraba a mi diestra y a mi siniestra y sólo hallaba mantas, playeras, gorras, globos y banderines, y todos aclamaban al caudillo; a la Garza Mayor de renovadas alas plateadas. No, no se confundan, no estoy adulando al nuevo Rector de mi alma mater. Más bien estoy adornando el día más universitario que he vivido y, qué mejor que sentirlo en mi último año aquí, meses antes de volver al antiquísimo edificio de amarillentas paredes que reina en la calle de Abasolo.

Ver a tantas personas gritando "Goyas" y "Managuas", agitando sus brazos y tolerando el infernal clima árido, me llenó de una paz y orgullo que no sentía hace mucho... ¡Vaya! No lo había sentido por lo menos en lo que respecta a mis años en la licenciatura. Hoy no fui sólo el estudiante de comunicación que juega a ser periodista, hoy fui el hombre de veintitantos de edad, que con una cámara en mano y un cuerpo cansado se dispuso a perseguir al Maestro Adolfo Pontigo Loyola por buena parte del centro de Pachuca, con el fin de confirmar que la identidad y sentido de pertenencia a una Casa de Estudios es algo que ocurre una vez en la vida y que dura para toda la vida.

Se que hay muchos defectos en quienes dirigen nuestros destinos, eso es obvio porque, ¿quién diablos es perfecto? Se que hay cosas que no se hacen y que deberían hacerse pero, ¿por qué enfocarse en el mal y no en las intenciones encaminadas al bien?  Hoy viví una versión moderna y noble de una suerte de viacrucis en fechas santas, en plena cuaresma. Hoy un caudillo se erigió y estrechó la mano de todos quienes se lo solicitaron. Caminó y gritó como un muchacho más de cualquier preparatoria o instituto.
Hoy sentí cómo una garza plateada me tomaba en su pico y me hacía volar por todo el estado que me ha alojado los meses más recientes.
Hoy, entre calles atiborradas de juventud y porras, pude finalmente sentir esa pertenencia que pedí durante mucho tiempo y que una vez anidada en mí, permanecerá el resto de mis días. Permanecerá la búsqueda de la excelencia que mi Universidad me ha motivado a buscar y, permanecerá el orgullo de ser miembro de la familia que las garzas resguardan.

domingo, 19 de febrero de 2017

Una Diminuta Noción de la Libertad.

De antemano saben -y si no lo sabrán ahora- que la idea de este blog es compartir mis vastos conocimientos y las experiencias vividas (léase con cierto sarcasmo) dentro de los hechos más cotidianos que cualquier humano pueda pensar, desde un domingo de NFL hasta conversaciones poco usuales con gente muy usual. El punto es, expresar una opinión respecto a la forma en que veo muchas situaciones a través de mis astigmáticos ojos.

En días recientes reanudamos transmisiones en Bulbo Radio Experimental, ese bello proyecto de telecomunicaciones que muy orgullosamente represento y coordino desde mi trinchera como universitario de excelencia (un poco más de sarcasmo). Ese espacio que un puñado de personas siempre está criticando y menospreciando, sin conocer realmente la titánica labor de quienes trabajan de nueve de la mañana a siete de la tarde/noche, con tal de que sus ideas sigan fluyendo a través de nuestros links.
Fue también en días recientes que con el reinicio de transmisiones, volvieron a la cabina las autoridades del instituto en el cuál he pasado los últimos tres años y medio de mi vida. Regresaron a los micrófonos para dar su mensaje a la comunidad universitaria, a las producciones de nuestra barra programática y a la audiencia en general.

Hicieron algo que en realidad, se ha hecho desde tiempos ancestrales, pues una de las máximas de Bulbo Radio Experimental es dar voz e impulsar la participación de todos los sectores, grupos e ideas que convergen en este espacio llamado ICSHu. Mi compromiso como “coordinador general” siempre ha sido ese; que quienes soliciten un espacio en nuestra cabina, puedan ser escuchados eficientemente y, ante todo, que se respete la libertad de expresión que todos debiéramos gozar sin temores a represalias. Considero que mi objetivo se ha cumplido, pues el último año, hemos presenciado una pluralidad de ideas mucho más amplias en relación a años previos. Ojo, no me estoy jactando del trabajo que hemos desempeñado como equipo, por el contrario estoy exhibiendo que sí es posible que se compartan los espacios por todo tipo de personas y más específicamente, todo tipo de ideas.


Sin embargo, nunca faltan los “medios” que consideran que los actos oficialistas siempre atentan contra “la resistencia” y el periodismo objetivo y veraz que es la gran esperanza de una sociedad cegada por la oscura luz de la burocracia y las autoridades (aquí también se aplica el sarcasmo). Sí, esta entrada va dedicada muy escuetamente a esos compañeros periodistas en formación que ven represión en cada acto que atente contra su peculiar construcción de la libertad. Los medios no siempre se encuentran en el medio, a veces -o casi siempre- los medios se encuentran en los polos radicales o los oficiales y de extrema fijación con el poder en turno. Sí, mi entrada está escuetamente dedicada a esos medios que están en los polos. Y si la dedico así, de forma pálida y apenas perceptible, es porque así lucen esos “medios”; escuetos. Esa clase de ideas se convierten de a poco en aquello que suelen atacar, se convierten en un espacio de mera crítica destructiva que no respeta la esencia del periodismo, que va ligada con la exposición de todos los ángulos en un determinado acto. Mi compromiso seguirá siendo el mismo: permitir apertura a todas las personas que la requieran, sin importar si vienen con pretenciosas camisas y corbatas o si son Ok. Ra. La pluralidad de ideas, pensamientos y sensaciones siempre estará -por lo menos para mí- por encima de la izquierda o la derecha, porque esa es la verdadera democracia que construye sociedades gloriosas. 

miércoles, 8 de febrero de 2017

Crónicas de un Aspirante: Una Nueva Esperanza.

Larga fue la agonía entre las letras con propósito y el propósito de mis letras. Pasé una temporada prácticamente viendo los toros desde la barrera, y no porque quisiera evitarme la pesadez de experimentar lo que sigo creyendo, es mi destino. Más bien veía la acción de lejos porque aún no quería entrar en la tristeza de la carencia que representa el periodismo.

Detesto pensar que siendo periodista no tendré empleo, ni un sustento para mí o mi futura familia compuesta por una esposa amorosa, tres hijos celestiales y un perro que cuide de nosotros. Detesto pensar que siendo periodista estaré condenado a los "chayotes" o a las migajas de incompetentes de las altas y medianas esferas de la burocracia nacional. Odio pensar que por el mero hecho de ser periodista mi vida y mis letras girarán en torno a escándalos políticos, corrupción, vínculos entre el estado y el narco y miseria socio política. Es, a decir verdad, lo que más odio del incorrecto concepto que las personas tienen sobre la maravilla que en realidad representa el periodismo.

Puede que no sea uno de esos apasionados de la denuncia ciudadana que hacen hasta lo imposible por sacar a relucir la basura política de mi nación, y no porque vea la herida abierta y piense que el viento o un beso de mamá van a hacer que ésta cicatrice; más bien porque creo que mi pasión no está al servicio de quienes buscan únicamente primeras planas. Mi pasión es alimentada por la gente ordinaria. La que puede ser -y de hecho es- igual a ti o a mi. La gente que sale a la calle, camina, come, respira, bebe, camina más, trabaja, siente, maldice al jefe, come de nuevo, alimenta su cuerpo y sus ambiciones, bebe otra vez, llora, ríe y termina la rutina con la inagotable esperanza de que el día de mañana y el siguiente serán mejores.

Mi nueva esperanza ya no radica en convertirme en el más brillante de mi generación. Mi esperanza radica en darle palabras y voz a las historias que han sido mudas y se han pasado sus largos y radiantes momentos en el fondo de un pozo que está lleno de balas, escándalos, corrupción y absurdos. Mi nueva esperanza es esa gente, la de carne, hueso y narraciones que deban y merezcan salir a la luz gracias a mi pluma.

Al iniciar mi aventura periodística pensaba en viajes anuales al Super Bowl y entrevistas con los más valiosos atletas de mi entorno preferido. Ahora también lo pienso, pero ya no es una necesidad, sino un plan alterno, y no, no porque me rinda antes de tiempo, es mi plan alterno porque este aspirante quiere contar historias y quiere que esas historias le hagan sentir vivo, realizado y orgulloso de su trabajo con la gente ordinaria que muy paradójicamente, resulta ser la más increíble que pueda pisar las calles.
Hoy, mi mayor ambición, es mostrar al mundo que se puede hacer de lo cotidiano, algo extraordinario. 

martes, 17 de enero de 2017

No Quiero Escribir Esta Noche. Parte Dos.

La anterior ocasión que les dejé por aquí una serie de oraciones y párrafos, les hablaba de la pesadez que tenía para escribir bajo el arrullo de una noche que no había sido diferente a muchas otras noches del último mes. Salvo dos o tres momentos definitivos en mi estancia lejos de la ventosa ciudad de Pachuca, el resto pasaron muy normales entre "retitas" en el PS3, pases, rutas y atrapadas a una mano, caminatas con los cachorros y tazas de café en la mañana.

¡Parece que de a poco recupero la golpeada memoria! Innumerables hechos se han guardado en mi mente desde que la razón se hizo presente en mi. Recuerdo algunas de mis primeras travesuras antes de cumplir tres años, mi primer día en la primaria, mi primer pelea y hasta mi primer borrachera involuntaria. De a poco pongo orden en mi alocada cabeza. Y si me expreso así no es porque mis ideas, valores o sensaciones caigan en un abismo fuera de lugar y todo eso lo termine por proyectar muy raramente en el día a día, más bien me expreso así de mi cabeza porque en ella se alojan los más sinceros, turbios, extraños, melosos, tiernos y feroces recuerdos que creí no recuperaría y por ende, no les compartiría mediante esta serie de historias hiladas entre sí.

Las primeras horas del 31 de Diciembre del pasado año, entendí que mucho de lo que guardaba lleno de ira y con algo de resentimiento en mi pecho, apenas requería de una noche mágica con las personas indicadas para disolverse en el frío de una buena cerveza, carcajadas y memorias de años previos que me llenaron de nostalgia cada poro. El sonar de los tarros acompañado de la paz en las miradas de mis primos y hermano, me dieron paz también a mí y a la serie de agobiantes pensamientos destructivos que se albergaron en su servidor luego de un mal momento que se prolongó más de lo necesario.

Esa hermosa forma de cerrar un año ya de por sí glorioso, me entregó toda la confianza necesaria para no cometer alguna tontería, como cenar de más durante las festividades, o regresar a Pachuca buscando razones absurdas que no tenían razón ni noción de ser, o mezclar con agua mineral el whisky que tomé días antes.

Lo sano de escribir sobre los recuerdos es el invariable hecho de que la imaginación recrea cada acto que se exhibió en la función previa. Es por ello que justo hoy me declaro mentalmente competente de nuevo. Puede que ese título no haya sido mío previamente, pero a decir verdad nunca he sabido de gente que escriba y que mentalmente parezca "normal" para los estándares que proponen los que sí son comunes. Vendrán más ratos con intervalos sin cordura y memorias renacidas de sus propias cenizas, vendrán ratos en donde también querré dejar de escribir toda la serie de tonterías que inundan mis pensamientos en tardes de enero cuando el viento ligero sacude las hojas de los árboles que rodean los verdes campos que suelo frecuentar en mi hogar. Vendrán tiempos en donde escribir se convierta en mi sustento y en el acto que ponga los sagrados alimentos en mi mesa pero, mientras esos oscuros y tenebrosos tiempos llegan a mi, seguiré relatando todas las aventuras que parecieran sacadas de un cuento ficticio y que, irónicamente son tan reales como Dios, el amor verdadero y la muerte como momento culminante y central de la vida.


martes, 10 de enero de 2017

No Quiero Escribir Esta Noche. Parte Uno.

Algo pasa recientemente. Suelo compartir en este espacio pensamientos referentes a mi entorno, desde los sabores picantes de Septiembre hasta la caída de un avión que mandó a un equipo de fútbol directo al Olimpo. Algo pasa y es que, pocas veces siento unas tristes ganas de mantenerme lejano de las letras, la narrativa, la descripción o la crónica. Algo pasa y desconozco lo que es, pero estoy seguro de que tiene que terminar junto con la terminación de mi periodo vacacional.

Este blog fue creado para retratar mediante palabras con un estilo periodístico cuestiones cotidianas que me parecieran extraordinarias, pero el último mes todo lo cotidiano me ha parecido más ordinario que un embotellamiento en algún lugar de la megalópolis o, más ordinario que los programas basura en la televisión abierta mexicana.
Cuando inicié este proyecto sabía que tendría muchos intervalos de tiempo carentes de la común lucidez de quien no ve mas allá de lo superficial y, entendiendo que las historias profundas y bellas se encuentran en el interior del todo -como en el caso de la belleza humana-, decidí darles una esencia, un sabor, un color y hasta un aliento propios.

Hoy me centro en mí. Hoy soy egoísta como muchos allá afuera dicen. Hoy, no les narro mi travesía por las festividades invernales llenas del dulzor del ponche abrumando la fragancia muerta de las frutas luego de hervir, ni del eterno tormento del recalentado de pavo a la naranja y la pierna en adobo con almendras. Tampoco les pienso platicar sobre el caos que mis chachorros representaron cuando en las tardes de paseo, se peleaban por una ramita o una de esas piñas nacidas de un árbol viejo pero majestuoso. No les pienso contar tampoco lo bello que fue el reencuentro con tres de mis leales drugos mientras compartíamos una fría bebida de cebada, malta y maíz sólo para rematar minutos después con una mezcla de distintos embutidos sobre nuestra pizza.

Hoy, no les hablaré de esa primer semana que tuve que vivir para recordar que aún existía un aliento tibio en mi boca, y sangre dando vueltas por mis venas luego de días grises por más radiante que el Sol fuera. No pienso darles detalles de los calurosos días sentado en la banca de la casa mientras veía lo autos pasar deseando que alguno de ellos tuviera el mismo destino que mi mente dibujaba. Hoy, me siento cansado y poco motivado para escribir, así que sin más, les dejaré mi saludo final, advirtiéndoles que es un final que tendrá continuación en otro momento. Sepan pues que la próxima noche que lean algo aquí, habrá surgido de mi falta de ganas por volver a escribir.

Un error en la matrix. Vol. I

 ¿El día? Puede ser cualquiera, digamos que en esta ocasión el calendario marcaba un martes. La tarde era tibia, sin muchos reflectores más ...