Con el otoño paseándose en la ciudad capital, los aires fuertes se han llevado de un lado a otro las nobles hojas que visten a los árboles, y además de esas hojas, el viento mismo pasea por estas calles los sentimientos de cuatro años bien vividos en la tierra del paste, los tuzos y el patriarcado priísta.
Las gordas y espesas nubes se reúnen en el cielo y no permiten ver el azul de allá arriba. Los transeúntes van de un punto a otro, caminan con prisa o fuman un cigarrillo con mucha calma, van sin rumbo, solos y con compañía, carcajean, maldicen y joden con su florido lenguaje vulgar, como si su vida dependiera del número de veces que dicen puta, pendejo ó chingón.
Todas esas palabras 'padres', como diría don Jacobo, me hacen recordar con más fuerza mis momentos en los pasillos, salones y demás áreas del instituto en donde aprendí a observar y a juzgar el comportamiento de las masas o la nula intelectualidad de las figuras que aparecen a cuadro en nefastos episodios televisivos. En ese recinto diseñado como un laberinto propio del mito del arquitecto Dédalo y el Minotauro, conocí la hermandad del espíritu que contraria a la hermandad sanguínea, llega sin avisar y deja huella aún cuando se va.
Ahí mismo gocé de columpiarme junto a mis 'amigos telúricos', en un trozo de tela que me dio motivos para volar alto y me mostró que la vida a veces sí pende de un hilo -o de una tela-.
Ahí mismo sufrí por un nombre cuando el espacio destinado a albergar voces y melodías, no había sido bautizado formalmente. Me hizo feliz que todo fuese aleatorio, y entendí que por raro que suene, no siempre somos lo que somos, o lo que creemos ser.
Las noches se quebraban con fuertes ráfagas de viento que hacían estallar las ventanas y, mi nula costumbre, me causaba temblores y dolor en las costillas. Extrañaba casa más en el otoño que en el verano, jugaba con pelotas en el árido clima y contaba estrellas mientras recorría como ciego los senderos de la inseguridad que representaban mis deseos de abandonar todo, de mandar a la basura el esfuerzo de viajes y gastos y sacrificios hechos en el seno familiar. Y si no desistí fue porque dentro del corazón fatigado siempre creí que algo bueno tendría lugar, pero sin estar seguro de cómo, cuándo y qué pasaría.
Entre exposiciones y ensayos la vida académica transcurría, y yo sólo estaba ahí, pensando y extrañando a morir. Era apenas el inicio de una aventura y cada paso llevaba un toque ligero de miedo, ansiedad y duda, pero esa misma carga de incertidumbre se complementaba con el deseo y la ambición propia de quien leía historias del Magno Alejandro y buscaba replicarlas en un terreno invadido por la Escuela de Frankfurt y muchas figuras retóricas organizadas en ficheros de colores.
¡Si tan sólo hubieran presenciado esos días! Esa ingenuidad tan mía siendo conquistada por unos tragos en la fiesta y por canciones sonando en una bocina. De aquél muchacho ilusionado queda poco, y no porque hoy se exprese con menos emotividad y más inyecciones de realidad, con menos cristiandad en las venas y más poesía en la boca y en los dedos; o con menos inocencia pero la misma sinceridad y pasividad. Más bien queda poco de ese muchacho porque como diría el filósofo Heráclito: "Nadie se baña dos veces en el mismo río".¡Si tan sólo hoy notaran el cambio! Ojalá pudieran ver lo que yo veo en mí y lo que quiero proyectar desde mi trinchera, sentado muy cercano al foro de televisión, con el corazón ardiendo y la consciencia sana y tranquila, encausada hacia un par de luceros y largos y preciosos cabellos.
Los últimos días paradójicamente me hacen pensar en los primeros, en el comienzo del fin, así como la muerte me hace pensar en el nacimiento, así como el renacer me hace pensar que el propósito de esto es morir, pero morir luego de haber vivido bien. Una serie de dichos y palabras enredadas que al final deshacen el enredo que significa estar en este preciso momento, parado aquí, con una voz resonando en las paredes y con una sonrisa enorme, digna de ser retratada, sincera como para ser preservada y radiante como para que no se apague en el futuro cercano.
Y así, amigos míos, es que transcurren los últimos días de quien aspira a contar tantas historias como sea posible. Así, a las luces de esta ciudad, es como quien les narra memorias decembrinas, terremotos y fidelidad por un equipo de fútbol, hoy les narra lo lindo de aquello que llega espontáneamente y que deja huella aún cuando parecería que en ocho semestres previos ya había pasado todo. Así es como esta crónica -o relato, mejor dicho- llega a su fin en el tiempo correcto, en la ciudad indicada y con las risas que llegan de la nada y se quedan cariñosamente guardadas.