Me
he visto en un triste y extraño episodio. Uno de esos raros momentos
en donde ya no queda más remedio que dar un último esfuerzo pero no
porque se quiera hacer algo bien, sino por el lamentable hecho de que
si no se hace, el pequeño triunfo obtenido en los meses previos no
habrá de tener validez. Es una de esas tardes en donde quien ahora
escribe, se plantea mucho más de lo que debería; como las caminatas
pretendiendo crear
un reportaje, las horas investigando temas para un programa
radiofónico o las copas de más queriendo cerrar heridas y borrar
piezas del pasado reciente.
Hace
unos cinco años dije que quería ser periodista y
traté de mantener vivo ese objetivo, aún cuando sólo me rodeaban
tornos, fresadoras, taladros y batas azul marino con manchas de
aceite y gastadas por el uso diario. Traté de mantener viva la llama
de querer llevar la crónica del mundial de fútbol del 2018 o una de
las hazañas que se gestan en cada Super Bowl que he visto. La
intención de ser periodista me acompañó incluso cuando por mi
mente pasó la absurda idea de querer entender a Dios desde el
estudio básico del ser humano, y no desde el estudio universal que
representa su posible infinidad sobrenatural. Querer ser periodista
era la meta. Digo ‘era’, porque hoy -mientras voy hilando
palabras para construir oraciones y párrafos-, ya no siento ese
deseo de entrevistar a los ganadores de trofeos, ni me imagino
colaborando junto a Ciro Procuna, Eduardo Varela, Pablo Viruega o
Álvaro Martín en cualquiera de los espacios de análisis que tienen
sobre el deporte de las tackleadas.
Hoy,
quien está jugando a ser periodista, se siente fastidiado de ir por
la vida buscando temas para reportajes. Me siento cansado de platicar
de la inexistente magia en un pueblo llamado Huauchinango. Detesto
imaginar que debo escribir seis cuartillas explicando el turismo,
cuando no me he dado la oportunidad de ser turista dentro de mi
México hermoso, y mucho menos fuera de nuestras fronteras. Detesto
pensar que para el jueves próximo tengo que buscar la forma de
completar un total de 40 cuartillas sólo para salvar mis notas en la
materia de Seminario de Investigación. Detesto que para tener
derecho a presentar mi examen final, deba leer forzosamente textos y
reportar lo que me pareció bárbaro de ellos. Detesto que esa sea la
vida a la que me esté condenando, porque es muy claro que para nada
es mi visión del ‘ser periodista’.
Muchos
de ustedes tal vez crean que es arrogante o mediocre de parte mía,
pero a decir verdad, poco me importa lo que sea que piensen, porque
me niego rotundamente a ser esclavo de una rutina que para otros es
excitante pero, que a mi no me deja momentos gustosos, salvo el hecho
de conocer gente nueva que también trata de ir contra la corriente.
Si ser periodista es sufrir porque tienes que enviar tus seis notas
diarias, entonces, ¡al
carajo todo porque yo no quiero ser periodista! Si ser periodista es
darle prioridad al tema por encima de quienes le dan vida al mismo,
entonces, ¡al
carajo el método porque yo no quiero ser periodista! Si ser
periodista es tener que escribir como poseído sólo para obtener una
nota ‘medio convincente’ y con ello, pasar mis materias;
entonces, ¡al
carajo todo eso, porque les prometo que no seré periodista!
Hoy,
ya no quiero jugar a ser periodista, reportero o alguna de esas cosas
raras que hay en el gremio, y
a las cuáles respeto por su pasión y labor, mismas que no comparto
porque no van conmigo, ni con mi identidad o esencia.
Hoy quiero jugar a ser y sentirme libre. Quiero ir por la vida
leyendo historias reales, contando historias reales y escribiendo
historias reales y, si alguna de ellas me lleva al mundial de fútbol
o me pone en un Super Bowl, bienvenida sea; pero si no ocurre,
tampoco me lamentaré. Porque hoy les aclaro que no juego a ser
periodista, ni aspiro a serlo, por lo menos no en este preciso
momento de hartazgo. Hoy soy un hombre de 22 años que sabe de dónde
viene, sabe dónde está y muy seguro de mí, digo que se
perfectamente hacia dónde no pienso ir. Lo que venga en las semanas
próximas, me habrá de tomar por sorpresa, y con la misma ilusión
que
hace cinco años me hizo ir contra la corriente, podré respirar
profundo y declararme listo para cambiar el rumbo. ¡Hasta la
próxima!
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