Pocas
ocasiones me dejo llevar tanto por mis pasiones como en este fin de
semana. De las cosas menos importantes, el fútbol es la más
importante, lo he dicho siempre -o por lo menos en el pasado
reciente-. Pues así es, queridos lectores, el fútbol es una de las
pasiones que me conducen con ánimo los fines de semana largos y
tediosos. Mi equipo no es esa ‘maravilla’ mafiosa que está
representada por los azulcremas, tampoco es ese equipillo chico que
hoy se siente una potencia mundial y cuya afición sólo aparece
cuando les va bien. Mi equipo no es el cuadro de los amargos de
enfrente que siguen viviendo de su historia sesentera. Mi equipo es
la academia del fútbol mexicano.
Hace
ocho años que mis colores son rojo y negro. Hace ocho años que
entiendo la fidelidad, el amor y la pasión por un escudo y una
institución que representa el buen trato al balón y además,
representa el semillero de leyendas del balompié mexicano como
Marcelo Mercado ó Alfredo Torres y, actualmente, Andrés Guardado,
Pavel Pardo, Daniel Osorno, Oswaldo Sánchez, Jared Borgetti y Rafael
Márquez.
Mi
equipo es el mismo que sólo se coronó una ocasión en nuestra liga
profesional, allá en el lejano 1951 con un gol del tico Edwin Cubero
y, ante el odiado rival. Mi equipo es el Atlas de Guadalajara,
nombrado así en honor al titán griego que era el sostén del mundo,
porque desde 1916, los zorros han sido el club que sostiene a los
jugadores más exquisitos de México. Han sido cien años de
tradición futbolera que me lleva a desbordar mis razones durante 90
minutos siempre que veo a mis rojinegros corriendo, empujando,
sudando y entregando todo por la causa tan noble que representan.
Yo
no le voy al Atlas porque tenga 11 campeonatos, ni porque incorpore a
sus filas a franceses goleadores, no señor. Yo soy del Atlas porque
sufro con sus colores y gozo con sus goles. Soy del Atlas porque no
vivo de copas, sino de la pasión que me provoca. Yo soy del Atlas
porque por absurdo que parezca sólo con ellos disfruto del fútbol.
Puede que tenga que esperar para verlos campeones de nuevo, puede que
los fantasmas del descenso ronden nuestra madriguera en la colonia
Independencia de Guadalajara, puede que todos quieran burlarse de los
defectos que nos han orillado a arrastrar el invaluable prestigio que
tenemos pero no me importa. No importa porque ser seguidor de este
equipo es únicamente para valientes, soñadores, pacientes y fieles;
porque cualquiera puede apoyar a Tigres, América, Chivas y hasta al Pachuca; pero sólo los amantes del juego son seguidores
de mi Atlas, sólo los titanes que gritan y sufren y gozan la gloria
hasta el último aliento pueden sentirse orgullosos de llevar el rojo
y el negro adherido a la piel, y el cántico de amor eterno
retumbando en el corazón. Así expreso de forma breve mi amor
por este equipo de fútbol, y no me explayo más porque, si te lo
explico, no lo entenderías…
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