viernes, 10 de noviembre de 2017

Crónicas de un Aspirante. Los Últimos Días. Vol. I

Cuando el tiempo pasa y nos hacemos viejos nos empieza a parecer que pesan más los daños, que los mismos años.”

Pasé un año de mi vida imaginando cómo sería convertirme en periodista. Lo hacía mientras trabajaba en el taller de mecánica en mi bachillerato y llevaba puesta la bata azul y gafas de seguridad. Imaginaba que usaría un traje, corbata y que estaría haciendo múltiples reportes y entrevistas a nivel cancha en estadios deportivos en todo el mundo. Me veía charlando con Aaron Rodgers en la antesala de un Super Bowl, en la final del mundial de fútbol en Rusia esperando la coronación de la Mannschaft o narrando un juego de baseball en directo desde Fenway Park, en Boston.

Las visiones no tienen mucha relación con la realidad inmediata, al menos no en este preciso momento en donde me toca hacer un balance sobre lo acontecido en los últimos 14 meses desde que el simulador periodístico se convirtió en el modus vivendi de quien ahora escribe con nostalgia. Deben saber que esta -la nostalgia- es de mis sensaciones menos predilectas, pues se trata de un estado en donde ni somos alegres, ni estamos tristes ni sabemos qué sentir o cómo sonreír.

Con esa variedad de ánimos es que recuerdo cuando comencé esta aventura, esta recopilación de intervalos carentes de cordura pero cargados con una percepción tan íntima, que en muchas de las líneas puse auténticamente el corazón y las lágrimas mientras hilaba las palabras hasta convertirlas en una suerte de voz escrita. Así es como podría expresarles mi primer desencanto con mi área de énfasis, o mi primer hartazgo jugando a ser reportero.

El intento que hice por convertirme en un periodista, me llevó a odiar las rutinas, las escritura poética, la música cursi y la comedia ridícula y, en cambio, me hizo fanático de la barba ligeramente desordenada, las piezas compuestas por Beethoven, el whisky nocturno, los cigarrillos en días fríos, el café en las madrugadas y el humor negro. No justifico esos ‘vicios’ como consecuencia de mi aspiración periodística, pero en definitiva llegaron a mi vida cuando más necesarios eran.

Porque los primeros dos semestres de esta travesía se pasaron entre frustración y buenos ratos, cariños inesperados y escritura mecanizada, rutina agobiante y tareas sin entregar; jugando también a ser bombero y esperando a que un incendio se extinguiera con apenas una cubeta de agua (esta es un analogía que explica cómo su servidor intenta salvar los exámenes globales).
Los primeros dos semestres gocé más ir a ver las películas de súper héroes, que escribir lo vacío que me hacía sentir el hecho de que no estaba siendo un buen intento de periodista.


El recuento de daños me hace pensar que, tal vez yo no vine a este mundo para escribir sobre otros, sino para ser sobre quien se escriba, lo cuál ya es demasiado soberbio de parte mía pero, ¿debe uno ser quien busque y decida el destino propio, o debemos someterlo al deseo de terceros? Ese recuento también me hace creer que allá afuera hay muchas historias que piden ser expuestas, pues lo mínimo que merecen las personas cotidianas que hacen obras dantescas, es ser escuchados.

Este primer tomo en donde hago memoria tenue sobre las condiciones tan grises que acompañaron los primeros meses, me ha llevado a desear compartir con ustedes memorias más lúcidas, tangibles y optimistas, pues el peregrinar no sólo fue tedioso, sino que también tuvo adornos vivaces y coloridos. La caminata entre reportajes, notas, artículos, entrevistas y trabajo de campo también tuvo la brillante presencia y sapiencia de personas como Gregorio allá en Necaxaltépetl, el coach Sánchez Cabrera y sus 'garzas tackleadoras' o el maestro Pacheco en los pasillos de mi instituto.

Por ello, esta serie se prolongará durante más entregas en este mismo espacio con el único fin de que sean parte de éstos últimos días que iniciaron en el lejano verano de 2013, cuando un grupo de astronautas rockeros cantaban muy cerca de la orilla en el fin del mundo, siendo ese mismo verano el instante donde el efecto dominó comenzó, y que hasta ahora me ha llenado de sentimientos encontrados, como mis amados Rojinegros del Atlas.

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