“Cuando el
tiempo pasa y nos hacemos viejos nos empieza a parecer que pesan más
los daños, que los mismos años.”
Pasé
un año de mi vida imaginando cómo sería convertirme en periodista.
Lo hacía mientras trabajaba en el taller de mecánica en mi
bachillerato y llevaba puesta la bata azul y gafas de seguridad.
Imaginaba que usaría un traje, corbata y que estaría haciendo
múltiples reportes y entrevistas a nivel cancha en estadios
deportivos en todo el mundo. Me veía charlando con Aaron Rodgers en
la antesala de un Super Bowl, en la final del mundial de
fútbol en Rusia esperando la coronación de la Mannschaft o
narrando un juego de baseball en directo desde Fenway Park, en
Boston.
Las
visiones no tienen mucha relación con la realidad inmediata, al
menos no en este preciso momento en donde me toca hacer un balance
sobre lo acontecido en los últimos 14 meses desde que el simulador
periodístico se convirtió en el modus vivendi de quien ahora
escribe con nostalgia. Deben saber que esta -la nostalgia- es de mis
sensaciones menos predilectas, pues se trata de un estado en donde ni
somos alegres, ni estamos tristes ni sabemos qué sentir o cómo
sonreír.
Con
esa variedad de ánimos es que recuerdo cuando comencé esta
aventura, esta recopilación de intervalos carentes de cordura pero
cargados con una percepción tan íntima, que en muchas de las líneas
puse auténticamente el corazón y las lágrimas mientras hilaba las
palabras hasta convertirlas en una suerte de voz escrita. Así es
como podría expresarles mi primer desencanto con mi área de
énfasis, o mi primer hartazgo jugando a ser reportero.
El
intento que hice por convertirme en un periodista, me llevó a odiar
las rutinas, las escritura poética, la música cursi y la
comedia ridícula y, en cambio, me hizo fanático de la barba
ligeramente desordenada, las piezas compuestas por Beethoven, el
whisky nocturno, los cigarrillos en días fríos, el café en las
madrugadas y el humor negro. No justifico esos ‘vicios’ como consecuencia de
mi aspiración periodística, pero en definitiva llegaron a mi vida
cuando más necesarios eran.
Porque
los primeros dos semestres de esta travesía se pasaron entre
frustración y buenos ratos, cariños inesperados y escritura
mecanizada, rutina agobiante y tareas sin entregar; jugando también
a ser bombero y esperando a que un incendio se extinguiera con apenas
una cubeta de agua (esta es un analogía que explica cómo su
servidor intenta salvar los exámenes globales).
Los
primeros dos semestres gocé más ir a ver las películas de súper
héroes, que escribir lo vacío que me hacía sentir el hecho de que
no estaba siendo un buen intento de periodista.
El
recuento de daños me hace pensar que, tal vez yo no vine a este
mundo para escribir sobre otros, sino para ser sobre quien se
escriba, lo cuál ya es demasiado soberbio de parte mía pero, ¿debe
uno ser quien busque y decida el destino propio, o debemos someterlo
al deseo de terceros? Ese recuento también me hace creer que allá
afuera hay muchas historias que piden ser expuestas, pues lo mínimo
que merecen las personas cotidianas que hacen obras dantescas, es ser
escuchados.
Este primer tomo en donde hago memoria tenue sobre las condiciones tan grises que acompañaron los primeros meses, me ha llevado a desear compartir con ustedes memorias más lúcidas, tangibles y optimistas, pues el peregrinar no sólo fue tedioso, sino que también tuvo adornos vivaces y coloridos. La caminata entre reportajes, notas, artículos, entrevistas y trabajo de campo también tuvo la brillante presencia y sapiencia de personas como Gregorio allá en Necaxaltépetl, el coach Sánchez Cabrera y sus 'garzas tackleadoras' o el maestro Pacheco en los pasillos de mi instituto.
Por ello, esta serie se prolongará durante más entregas en este mismo espacio con el único fin de que sean parte de éstos últimos días que iniciaron en el lejano verano de 2013, cuando un grupo de astronautas rockeros cantaban muy cerca de la orilla en el fin del mundo, siendo ese mismo verano el instante donde el efecto dominó comenzó, y que hasta ahora me ha llenado de sentimientos encontrados, como mis amados Rojinegros del Atlas.
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