Entre el otoño y el verano
He fijado la vista en quien tengo frente a mí. Recorro con la mirada ese camino rugoso que se extiende por la piel del rostro, de las manos, del cuello… Cada línea más prolongada que la anterior, cada arruga más profunda que la de al lado, cada huella portadora de una historia más intensa que la que se contó ayer o antier. Me detengo en la mirada. En los actos detrás de esos lentes empañados, manchados por el tiempo y el reposo. He visto esos ojos antes. Hace más de veinte años que los veo, que los reconozco. Sé que, cuando el milenio comenzó, eran distintos: luminosos, radiantes, colmados de fuerza y esperanza. Hoy no brillan igual. Es el paso de las arenas inclementes de ese reloj que llamamos vida. Han pasado nueve décadas desde que esos ojos se iluminaron por primera vez, y hoy parecen llamados a apagarse. Pero el día o la hora nadie la sabe, sólo quien habita en la bóveda celeste. Los luceros se ven más tenues hoy que otras veces. Tal vez por la falta de sueño reparador, ta...