domingo, 2 de febrero de 2025

El miedo a crecer

 A medida que un nuevo año se aproxima, los temores por lo que traiga consigo este ciclo solar, se vuelven mayores a las esperanzas o emociones que existen en el pensamiento.

Las noches se tornan más largas y, a la vez, parece que el tiempo tiene una duración muy distinta a la del resto de los relojes que nos rodean.

"Tic-tac, tic-tac", hacen las manecillas en su inclemente avanzada y, muy de madrugada, la cabeza se mantiene a mil revoluciones creando escenarios en donde, en el mejor de los casos, lo que sea que llegue junto con los treinta no dejará secuelas para cuando la edad alcance los 40.

Enseñándole al gallo a madrugar

Clarea el día y uno ya está bien despierto para ese punto. Ya escuchó las alarmas de los vecinos, el canto de las aves y el despertar de una ciudad que, hoy, se ha levantado después de que nuestros ojos se abrieran. Hoy igual que ayer y justo como sucedió los días previos, vencimos al despertador en la carrera por un nuevo día.

Resulta que a medida que uno se acerca a la barrera de los treinta, se le brinda el superpoder de despertar incluso antes de que el Sol se digne a brillar, y en no pocas ocasiones, esa habilidad viene de la mano con un cuerpo bien descansado que busca dormir más, pero que ya no logrará pegar el ojo ni con cloroformo, porque al parecer ya se es demasiado viejo como para desperdiciar más el tiempo recostado en la cama.

Reunión anual

Buscando ser fuente confiable en relación a la ruta que tendrá la vida de quienes hoy son años luz más jóvenes que yo, he de confesar que nunca antes lograr concretar un plan, fue tan complejo como lo es a esta edad.

Las agendas se saturan y las energías se acaban. "¿Qué tal esta fecha? ¿Qué tal en determinado lugar? ¿Comida y tragos o sólo un café par variar?". Y así avanzan los días y los mensajes se acumulan, y las ganas crecen y, la vida de gente ocupada nunca da, nunca cede ante la necesidad de organizar una reunión, y la necedad de hacerla para ya, cuando claro está que no se consumará.

Este cuerpo no es mío

Una rodilla empieza a rechinar, poquito, no mucho, pero suena ya. De pronto lo que era una lumbalgia evolucionó hasta ser una lumbociatalgia, algo así como cuando Agumon se convertía en Greymon: a mayor grado, más cabrón es el poder del dolor.

El cabello que era abundante, hoy luce escaso, frágil y carente de brillo, como cuando la mirada se agota tras cuatro horas frente a la computadora y pide descanso, cosa que en la juventud temprana nunca demandó ni siquiera luego de un día entero jugando con el PlayStation buscando llevar a Kratos antes Zeus.

Las mejillas son más pronunciadas hoy que hace cinco años, y todavía más notorio es este cambio cuando se comparan las fotos actuales con las que se tomaron en el lejano 2013. "Pero al menos, la vida se ha gozado", dice uno al intentar correr tras un balón y llevarse la sorpresa de que, tantos momentos inmóvil, ya hicieron mella en el sistema cardiovascular.

Bendito Dios que al menos no tomo omeprazol ni nada similar, tampoco tengo el carnet del Seguro Social lleno de citas, agradezco igual que la debilidad visual paró en algún punto por ahí de los 23 o 24 años, ¡ya sólo me faltaba llegar a los treinta con fondos de botella clavados frente a las córneas.

Y con un vistazo final en el espejo, la barba de tintes pelirrojos alumbrados por el Sol, hoy presenta dos, tres, hasta cuatro canas. Y lo peor es que, si ya hay canas ahí, seguro no tardarán en aparecer también en la cabellera, o en lo que queda de ella. 

Avanzar

Llegará el punto en que gritaré: "¡La edad es un número y ya!", como cuando decía que los sietes en mis boletas de calificaciones durante la prepa, no implicaban que fuera menos inteligente que el grupito de los Diegos. Sin embargo, hoy, mientras aún vivo mis últimos días navegando en los 20's, quiero pretender que la década que viene será mejor que la que está diciendo "adiós" a medida que el invierno madura en este 2025 turbulento.


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