A medida que un nuevo año se aproxima, los temores por lo que traiga consigo este ciclo solar, se vuelven mayores a las esperanzas o emociones que existen en el pensamiento.
Las noches se tornan más largas y, a la vez, parece que el tiempo tiene una duración muy distinta a la del resto de los relojes que nos rodean.
"Tic-tac, tic-tac", hacen las manecillas en su inclemente avanzada y, muy de madrugada, la cabeza se mantiene a mil revoluciones creando escenarios en donde, en el mejor de los casos, lo que sea que llegue junto con los treinta no dejará secuelas para cuando la edad alcance los 40.
Enseñándole al gallo a madrugar
Clarea el día y uno ya está bien despierto para ese punto. Ya escuchó las alarmas de los vecinos, el canto de las aves y el despertar de una ciudad que, hoy, se ha levantado después de que nuestros ojos se abrieran. Hoy igual que ayer y justo como sucedió los días previos, vencimos al despertador en la carrera por un nuevo día.
Resulta que a medida que uno se acerca a la barrera de los treinta, se le brinda el superpoder de despertar incluso antes de que el Sol se digne a brillar, y en no pocas ocasiones, esa habilidad viene de la mano con un cuerpo bien descansado que busca dormir más, pero que ya no logrará pegar el ojo ni con cloroformo, porque al parecer ya se es demasiado viejo como para desperdiciar más el tiempo recostado en la cama.
Reunión anual
Buscando ser fuente confiable en relación a la ruta que tendrá la vida de quienes hoy son años luz más jóvenes que yo, he de confesar que nunca antes lograr concretar un plan, fue tan complejo como lo es a esta edad.
Las agendas se saturan y las energías se acaban. "¿Qué tal esta fecha? ¿Qué tal en determinado lugar? ¿Comida y tragos o sólo un café par variar?". Y así avanzan los días y los mensajes se acumulan, y las ganas crecen y, la vida de gente ocupada nunca da, nunca cede ante la necesidad de organizar una reunión, y la necedad de hacerla para ya, cuando claro está que no se consumará.
Este cuerpo no es mío
Una rodilla empieza a rechinar, poquito, no mucho, pero suena ya. De pronto lo que era una lumbalgia evolucionó hasta ser una lumbociatalgia, algo así como cuando Agumon se convertía en Greymon: a mayor grado, más cabrón es el poder del dolor.
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