La maldición de extrañar
¿Qué somos? Bien podría decir que apenas un saco de huesos, compendio de millones de células, recipiente sanguíneo, central nerviosa que evoluciona... ¡qué se yo! No soy experto en anatomía, sé apenas lo que recuerdo de mis lecciones de Ciencias Naturales y un poquito más por lo investigado en libros y más recientemente, en internet.
¿Qué somos? ¿Cómo sabemos que eso que creemos ser, es en efecto lo que somos? Demasiado enredo buscando respuesta a algo simple, pues al final del día, tú y yo somos aquello que hemos acumulado con el paso de los años, como cuando sumamos libros al estante y vamos dejando que el polvo les cubra con una capa gruesa que impide que las yemas se acerquen a tomarlos.Somos los recuerdos de otros almacenados en nuestra cabeza, somos piezas de memorias que van quedando luego de alegrías, glorias, tristezas y desencuentros. Creo que, de cierta manera, somos lo que permitimos que llegue a nuestro ser y, a la vez, lo que sembramos en terceros.
Esas memorias que tintinean
Somos un algo fugaz, un algo que eventualmente y pasado el tiempo, no tendrá huella viva en la tierra, más en los suspiros nostálgicos seguiremos vivos y mantendremos respirando a través del recuerdo a quienes nos heredaron canciones, tardes de chai y noches de camping.
Y es que, después de todo, en noches de profunda reflexión y amplia vista al espacio infinito, uno maldice a la memoria. Maldice lo que recuerda y aquello que extraña y que hoy luce lejano, distante de nuestras manos y, peor aún, ajeno a nuestro corazón.
Así como somos un compendio de huesos, células y recuerdos, somos también tristes y pobres colectores de momentos. Somos malditos porque extrañamos, porque abrazamos con cariño lo que se ha ido, a quienes se han ido.
Somos malditos porque en la comodidad de la cama, dejamos que los acordes de una canción nos doblen el alma; somos malditos al extrañar que el frío ya no estará presente, ni la lluvia que viene del cielo y renueva hasta las raíces más perdidas.
Extrañar es una maldición, es una ruina como cargar una cruz con el peso del pecado. No sé, a estas alturas, extrañar es una cadena que se arrastra intensa entre los dedos, los suspiros y el recuerdo.
Y aún así, pese a todo ello, extrañar es una delicia, es una bendita pena maldita, porque sólo extrañando traemos de vuelta ese pedacito que nos toca, esa piececita que falta para que el rompecabezas no quede inconcluso.
Sólo extrañando nos viene de vuelta el aire a los pulmones, y en un parpadeo tenemos pintada la sonrisa de oreja a oreja porque decidimos abrazar nuestra maldición, y fuimos bendecidos con el retorno de ese momento.
Nos bendice la vida con la maldición de extrañar, y esa dicha llega cuando recostados con la mirada puesta en el cielo, traemos por un momento del incansable paseo, esas tardes de lluvia en el pueblo de los padres, esos sabores santos que curan la cruda.
Traemos de regreso la escena en que acabada la cena de fin de año, y con previa convocatoria emitida, junto a los primos cantamos canciones de cantina y bebemos hasta que el sol hace su magnífica salida. Es esa la maldición de extrañar: que, estando a punto de perder toda esperanza en lo que viene, nos llega de golpe a la memoria esa metáfora que nos puso en un abrir y cerrar de ojos en la cima, después de probar el abismo.
Y sí, puede que a veces la nostalgia nos pegue donde duele, donde ni un analgésico significará alivio, pero es mejor estar malditos por tener momentos para extrañar, que llegar e irnos del mundo con las manos vacías, sin una sola noche para recordar.
Postdata: En noches como esta se desea lo infinito, pero se valora aún más que en otro punto de la ciudad, nos espera una sonrisa radiante para darnos un beso y un apapacho, y confirmar que nuevas memorias se están escribiendo, para que mañana las podamos extrañar.
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