sábado, 13 de agosto de 2016

Poseidón.



La mitología Griega nos heredó la historia del Dios de los Mares. El protector de Tebas y Corinto, el encargado de agitar la marea con su tridente y de calmar las aguas si los mortales le rogaban,

Yo no viví en la época de la "Magna Grecia" que contaba historias sobre el amo de los mares. Pero tengo la fortuna de vivir y de haber presenciado la "segunda venida de Poseidón". Ya no es un griego puro, ahora el Dios de las Aguas tomó forma mortal y se adueñó del cuerpo de un muchacho de Baltimore. Un muchacho que para no escuchar a sus padres discutir, se refugiaba en uno de sus mayores miedos: las albercas. Y así, es como resurgió la mítica leyenda de Poseidón.

El deporte es uno de los campos más fértiles para poder narrar historias. Está lleno de semillas que aparecen de la nada y crecen y crecen para heredarnos los mejores frutos de vida que podamos degustar. El deporte nos ha bendecido con este Dios del Olimpo moderno.

El hombre cuyos brazos extendidos son más largos que la distancia de sus pies a la cabeza, el hombre que nació para vivir en el agua, el hombre que con sólo quince años de edad ya atraía las miradas de los curiosos que preguntaban ¿quién es ese niño? Ese hombre es ni más ni menos que el más grande atleta de la historia del Olimpismo.

Cuando en 2004 lo vi en mis plenas facultades, nunca creí que "la bala de Baltimore" pudiera hacerle frente al hábil y tremendo Ian Thorpe. Y entonces lo hizo. Michael Phelps dominó de cabo a rabo el evento que, volvió a sus raíces helénicas, las Olimpiadas volvían a Grecia luego de muchos años y hazanas alrededor del mundo. Phelps con 19 años ganaba todo, aún con eso, no emitía más que una simple mueca cuando le colgaban medalla tras medalla.

Llegó el 2008. Todos hablaban de un tal Mark Spitz y sus siete metales dorados. Todos decían que superar esa marca sería imposible. Y entonces apareció él. Y entonces, nos regaló uno de los momentos más memorables en la historia de la natación y el deporte. Ganó ocho medallas doradas, sí. Rompió la marca de Spitz, también. Pero en adición a todo esto, mostró una ambición por conquistar cada prueba que, me hizo recordar lo ambicioso que en su momento otro semidiós fue; el Magno Alejandro.

2012 marcaba un regreso que nos hacía especular sobre las facultades del nuevo Poseidón. Nadie creía que "el tiburón de Maryland" fuese el mismo que cuatro años antes arrolló las competencias en el Cubo de Agua de Beijing. Y de nuevo, con todos en contra, contra todas las dudas y suposiciones, saltó al agua para ganar -de nuevo- la medalla de Oro en la competencia para la que nació; los 100 metros estilo mariposa. En aquél evento, Phelps se convirtió en el atleta más laureado en la historia, superando a la soviética Larisa Latynina. No quedaba algo más por demostrar. Era muy obvio que ese niño de peculiares orejas y tímida sonrisa, era ya un "punto y aparte" en las referencias deportivas. O eso creíamos.

2016. Brasil. Misma historia. Phelps dejaba más dudas que certezas. Nos reabrió los ojos ante su majestuosidad. 6 medallas totales, dominó una vez más la prueba que ganó en tres ediciones pasadas y, con esto, hizo algo que sólo un atleta griego consiguió hace más de dos milenios. Leónidas de Rodas seguro sonreía desde su trono en el Palacio Olímpico, al ver a "el fenómeno" ser tetra campeón en los 100 metros estilo mariposa.

Hoy, hace casi dos horas, he visto la última carrera del legendario Michael. Hoy ha dicho adiós el más laureado, el más grande, el más admirado y odiado en la alberca... Ha dicho adiós el niño que sufrió el divorcio de sus padres y que, ante esto, se lanzó al agua para sanar sus heridas. Se va en la cima, como sólo los grandes se van. No volveremos a verlo salir con su bata y sus característicos audífonos. No volveremos a ver su extensa brazada y esa patada de flecha que nadie salvo él hacía.

Me siento en extremo dichoso por ver a través de mi televisión cada prueba, cada medalla, cada ocasión que hizo sonar el himno de su patria. En la vida sólo hay una pequeña posibilidad de ver a los Jordan, los Pelé, los Alí, las Comaneci, las Williams, los Montana o los Jeter. Yo soy parte de esa generación privilegiada que podrá narrar más historias sobre el chico quinceañero que dominó las albercas como Poseidón lo hizo en los mares. Del hombre que le rompió los récords impensables a Spitz y Latynina y, que de forma aún más increíble, rompió un récord que se remontaba al año 152 antes de la era Cristiana. Ese hombre es el que sin ser muy expresivo nos regaló las emociones más grandes que los deportes pueden regalar. Ese hombre es una leyenda viviente, aunque en lo personal, prefiero verlo como "el Poseidón" de Baltimore, que terminó por reinar en cada alberca en la que se zambulló. Prefiero verlo como un ser irrepetible, de aquellos que son monstruosos en la competencia, pero serenos en la vida. De aquellos que llegan una vez y, triste y afortunadamente, no vuelven.

¡Gracias, deporte! ¡Gracias, natación! ¡Gracias, Michael Phelps!

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