Las vacaciones son para muchos una forma de salir de casa, preparar las maletas y viajar a lugares que lucen paradisíacos o simplemente, que no están al alcance de la rutina.
Para quien les escribe, eso no representan las vacaciones.
Ese descanso me parece lo más fugaz y cruel que un sistema puede hacerle a un humano como yo. Es obvio que todos merecemos ese tiempo de esparcimiento pero, cuando no gozas de la fortuna que un viaje representa, cuando no gozas de la fortuna que una plataforma como "Netflix" entrega, el verano se vuelve muy tedioso.
Tuve pues, que recurrir a lo que en su momento me inculcó mi Madre: leer, pensar, parecer normal sin precisamente serlo. Y fue en ese tortuoso periodo que retomé un sendero olvidado entre consolas de videojuegos y programación basura de la televisión. ¡Había olvidado ya lo confortante que me resultaba sumergirme en ese espacio de papel y tinta!
No voy a salir con la patraña absurda de que soy un vivaz y fiero lector pero, creo que si puedo "jactarme" de cuánto disfruto el aroma de un texto que me logra seducir por sus puntos y comas, por sus tildes o tipografía; por lo que inyectan en nuestra mente y espíritu. Es esa la mortal pero amada sensación que tienen las letras que narran historias, al menos para su servidor.
He escuchado en múltiples ocasiones que, quienes escriben mueren de hambre y viven sólo de dramas, tinta e historias inventadas pero, hoy asumo que quienes escriben en realidad viven de emociones, de fantasía, de sueños y pesadillas macabras. Hoy concluyo que, quienes escriben están más vivos que quienes sólo existen, y que las historias que nos comparten, tienen tanta vida como las ardientes mentes y manos que las crean.
Así inició mi aventura, la nueva ruta que me ha traído de la mano de historias y palabras nuevas a este espacio, uno en donde la cordura no nos atará, uno en donde los intervalos racionales puede que no existan más.
"Hay grandes libros en el mundo y grandes mundos en los libros"
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