"Considero que mi primera y única vocación es el periodismo. Nunca empecé siendo periodista por casualidad –como mucha gente– o por necesidad, o por azar: empecé siendo periodista porque lo que quería era ser periodista."
Gabriel García Márquez.
Con esa aventurada sentencia es como abro uno de mis intervalos preferidos, el lapso en el cual juego a ser periodista (o un aspirante de uno). Con un klavier tocando piezas artísticas de la banda alemana Rammstein, un poco de café negro y amargo y una suerte de fatiga poco visible debido al entusiasmo de una nota propia en portada, es como lanzo aventuradas sentencias sobre el destino que construyo a diario en el inmueble donde laboro, y que comencé a labrar rodeado de tornos y rectificadoras, con una bata azul encima y compañeros que hoy viven de derivadas, integrales y ciencias exactas.
Cuando abandoné las aulas universitarias entre nostalgia, canciones nuevas y flores de mucho brillo, sentía un pleno dominio de mis actos; del mundo entero. Pero tras un invierno de paz y unos días meditando sobre el final de las jornadas frías, volví a la vieja usanza de su servidor: nada.
Si hoy decido contarles sobre algo nuevo es porque, incluso las flores que se van en el invierno, renacen con el arribo de la primavera, vuelven a los prados mutadas en algo -o alguien- nuevo. Regresa el verdor de los campos y los cielos azules que, irónicamente son lo que menos prefiero, pero que disfruto pese a su alegre naturaleza, pues mi esencia es la de convertir la tristeza en fuerza y la melancolía en alegría; cosa que funciona cuando estás armando un budget por las tardes o cuando te truenan los nervios escribiendo tu primer nota mientras deseas que no sea tan mala como la piensas.
Ayer, mejor dicho anoche, mientras charlaba con un amigo; exponíamos puntos sobre el ser reportero y la gloria suave que los acompaña. Decíamos que a veces, uno sale con una idea sobre la posible nota pero al llegar al campo de batalla, te topas de frente con otra cosa, algo que cambia la concepción primera y se torna en una historia nueva. Ese es el periodismo en el que creo.
No se si sea correcto o incorrecto, pero se que es ese. Se que la maravilla de este hermoso oficio (como lo describiría García Márquez) está en encontrar historias donde tal vez no las habría; como aquella que resulta mi preferida en donde un reportero acudió a cubrir un momento de pocas luces aparentemente y, con el hallazgo de una monumental cabellera cobriza de unos veintitantos metros de largo, terminó por entregarnos una novela que contaba la belleza "del amor y otros demonios".
He notado, entre paredes amarillas y sándwiches, que a veces sufres cuando no responden una llamada que es vital para tu nota, y que otras veces un intento de regaño en realidad pone en evidencia a quien quiere sentirse más listo que tú.
Porque así es la vida misma; encuentras buenos compañeros que te animan y resuelven tus dudas, que te comparten cigarrillos cuando el hartazgo vespertino hace lento el movimiento de las manecillas; que te defienden de la absurda mano tirana y que incluso, te brindan un par de tacos dorados rellenos de papa, con lechuga, crema y salsa. Y también están los sujetos que no quiero mencionar.
Esta mañana desperté sin pesadez. Lavé mi cara, cepillé mis dientes y desayuné. Acomodé mis cabellos y cambié la pijama por unos jeans y una playera, mis cómodos Vans y una chamarra ligera. Me despedí de la familia y caminé con mi padre unos metros. La mañana brillaba y yo también me sentía listo para brillar mientras un cachorro seguía mis pasos. Era muy temprano pero paradójicamente, ya era tarde para llegar al trabajo. Corrí.
Al tomar los ejemplares de este día y ver una nota mía en la portada, pensé que esa sensación de alegría y satisfacción era similar a la que tuve cuando me gradué, o cuando volví a ver a personas especiales luego de ocho años, o cuando mi cachorro Íker regresó a casa luego de estar ausente tres meses. Era así. Algo cercano a las lágrimas dulces que vienen del corazón y no de las glándulas creadas para eso.
Ese es el relato de hoy. Imaginarme junto a los escritos de Sarmiento, Marín, Catón o Elvira Carballido. El sentir que de momento los astros se alinean y el trabajo vale la pena. Pensar que este nuevo comienzo valdrá cada alarma a las 6:20 am o hasta las llamadas de atención que son mínimas a medida que se van los días del calendario. Después de todo, así es el periodismo y la vida misma; es un constante estira y afloja entre lo que deseamos y lo que se nos presenta en el camino y que debe ser sorteado, porque como cantaría José Alfredo Jiménez: no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar.
¡Hasta la próxima!
No hay comentarios:
Publicar un comentario