lunes, 17 de febrero de 2025

Un error en la matrix. Vol. I

 ¿El día? Puede ser cualquiera, digamos que en esta ocasión el calendario marcaba un martes. La tarde era tibia, sin muchos reflectores más allá de la interesante rutina y el desayuno de reyes que incluyó chilaquiles, porque puedes olvidar el día, pero nunca unos buenos chilaquiles. 

¿El espacio? El que la vida de adulto demanda que visitemos: la fortaleza de Goldsmith, tres plantas que suelen recibir a los empleados con los brazos abiertos, tres plantas que hoy lucen a tope y mañana quizá no vean siquiera una mosca volar por sus rincones. 

La tarde era tranquila, hacia el fondo de la oficina trinaba con potencia el martillo encargado de las reparaciones en el inmueble de junto. Más arriba, en la terraza, un grupo de compañeros charlaba, comía y laboraba con la precisión de un reloj. ¿Abajo? Luces encendidas, la sala de juntas cerrada y unos murmullos inundando el espacio... insisto, era una tarde tranquila.

Los habitantes de la terraza de a poco bajaron y uno a uno, dejaron solo el espacio a donde acudimos cuando el aire del interior pesa y queremos un respiro lejos de las hojas de cálculo y las reuniones virtuales.

La ya de por sí tranquila tarde, se tornó más calmada, mucho más que tranquila. 

Una videollamada por aquí, la lectura de correos por allá, dos latas de refresco frío para ayudar al cuerpo a despertar. Vistazo al reloj de la computadora, faltan sólo unos minutos para correr hacia casa. ¿Un refresco más? ¡Claro! ¿Por qué no? Nadie ha muero por tomar tres latas de eso, ¿cierto? 

El largo camino 

Nunca he contado los escalones pero se sintieron como veintitantos, nada mal para una oficina, algo exagerado luego de tan extenuante día que aún no termina. 
No paraban los murmullos en la sala de juntas, ¿por qué? ¿Acaso el trabajo no nos permite hacer una pausa para comer? Allá ellos, yo sólo espero los tics finales del reloj y me largo antes de que colapse el metro. 

Raro. Los murmullos se vuelven más sonoros a medida que me alejo. Cosas de acústica, quizá. No haré esfuerzo alguno en averiguarlo, yo ya estoy más fuera que dentro. 

Ahí voy, de regreso a mi espacio, confiado en que cerraré el día con éxito. Siempre confío en ello, no ocurre todas las veces, pero por positivismo no paramos.

Lo que eran murmullos, ya se siente más bien como una charla abierta, sin complicidades ni secretos empresariales. Vaya, ya no son murmullos, abajo alguien conversa y yo, que ya estaba a punto de salir, espero un rato para no ser visto.

Pasan los minutos y me llega la hora de salida, pero abajo, la charla no cesa. ¿De verdad esta gente no come? ¿Por qué juegan con el sagrado tiempo de quienes debemos movernos en metro? Me parece una falta de respeto, pero ni modo, tendré que salir algún día, y debe ser hoy. 

Extrañas sorpresas

Guardo las cosas. La computadora vuelve a la mochila, en la bolsa de tela meto bien comprimida la frazada que me han regalado, galletas para el camino, otra lata de refresco y antes de apagar todo para salir corriendo, percibo de nuevo ruido. 

Alguien sube con urgencia las escaleras. Los tacones golpean con fuerza y, detrás, unos zapatos perfectamente lustrados entran en escena también. Con entusiasmo me saludan: -¡Hola, soy Fulanita y él es Zutanito! Al fin nos conocemos...

Regreso el saludo y pregunto algo que tal vez no debí preguntar, pero es que, en ese momento, ¿cómo carajo iba a saber lo que me responderían segundos después? 

-Ya me iba, hace rato que pensé en salir pero estaban en una junta, no quise interrumpir, ¿tiene mucho que se desocuparon? 
-Llegamos hace unos minutos, como cinco tal vez, fuimos a comer, cerramos bien todo y nos salimos en bola... íbamos varios, pero nadie se quedó aquí.
-No puede ser posible, porque, bajé... claro que escuché los murmullos y vi todo encendido y... y había gente, lo vi.
Un silencio invadió el espacio, las miradas se quedaron perplejas con esa versión que conté.
-No, te juro que todos salimos, no había nadie aquí... 

domingo, 2 de febrero de 2025

El miedo a crecer

 A medida que un nuevo año se aproxima, los temores por lo que traiga consigo este ciclo solar, se vuelven mayores a las esperanzas o emociones que existen en el pensamiento.

Las noches se tornan más largas y, a la vez, parece que el tiempo tiene una duración muy distinta a la del resto de los relojes que nos rodean.

"Tic-tac, tic-tac", hacen las manecillas en su inclemente avanzada y, muy de madrugada, la cabeza se mantiene a mil revoluciones creando escenarios en donde, en el mejor de los casos, lo que sea que llegue junto con los treinta no dejará secuelas para cuando la edad alcance los 40.

Enseñándole al gallo a madrugar

Clarea el día y uno ya está bien despierto para ese punto. Ya escuchó las alarmas de los vecinos, el canto de las aves y el despertar de una ciudad que, hoy, se ha levantado después de que nuestros ojos se abrieran. Hoy igual que ayer y justo como sucedió los días previos, vencimos al despertador en la carrera por un nuevo día.

Resulta que a medida que uno se acerca a la barrera de los treinta, se le brinda el superpoder de despertar incluso antes de que el Sol se digne a brillar, y en no pocas ocasiones, esa habilidad viene de la mano con un cuerpo bien descansado que busca dormir más, pero que ya no logrará pegar el ojo ni con cloroformo, porque al parecer ya se es demasiado viejo como para desperdiciar más el tiempo recostado en la cama.

Reunión anual

Buscando ser fuente confiable en relación a la ruta que tendrá la vida de quienes hoy son años luz más jóvenes que yo, he de confesar que nunca antes lograr concretar un plan, fue tan complejo como lo es a esta edad.

Las agendas se saturan y las energías se acaban. "¿Qué tal esta fecha? ¿Qué tal en determinado lugar? ¿Comida y tragos o sólo un café par variar?". Y así avanzan los días y los mensajes se acumulan, y las ganas crecen y, la vida de gente ocupada nunca da, nunca cede ante la necesidad de organizar una reunión, y la necedad de hacerla para ya, cuando claro está que no se consumará.

Este cuerpo no es mío

Una rodilla empieza a rechinar, poquito, no mucho, pero suena ya. De pronto lo que era una lumbalgia evolucionó hasta ser una lumbociatalgia, algo así como cuando Agumon se convertía en Greymon: a mayor grado, más cabrón es el poder del dolor.

El cabello que era abundante, hoy luce escaso, frágil y carente de brillo, como cuando la mirada se agota tras cuatro horas frente a la computadora y pide descanso, cosa que en la juventud temprana nunca demandó ni siquiera luego de un día entero jugando con el PlayStation buscando llevar a Kratos antes Zeus.

Las mejillas son más pronunciadas hoy que hace cinco años, y todavía más notorio es este cambio cuando se comparan las fotos actuales con las que se tomaron en el lejano 2013. "Pero al menos, la vida se ha gozado", dice uno al intentar correr tras un balón y llevarse la sorpresa de que, tantos momentos inmóvil, ya hicieron mella en el sistema cardiovascular.

Bendito Dios que al menos no tomo omeprazol ni nada similar, tampoco tengo el carnet del Seguro Social lleno de citas, agradezco igual que la debilidad visual paró en algún punto por ahí de los 23 o 24 años, ¡ya sólo me faltaba llegar a los treinta con fondos de botella clavados frente a las córneas.

Y con un vistazo final en el espejo, la barba de tintes pelirrojos alumbrados por el Sol, hoy presenta dos, tres, hasta cuatro canas. Y lo peor es que, si ya hay canas ahí, seguro no tardarán en aparecer también en la cabellera, o en lo que queda de ella. 

Avanzar

Llegará el punto en que gritaré: "¡La edad es un número y ya!", como cuando decía que los sietes en mis boletas de calificaciones durante la prepa, no implicaban que fuera menos inteligente que el grupito de los Diegos. Sin embargo, hoy, mientras aún vivo mis últimos días navegando en los 20's, quiero pretender que la década que viene será mejor que la que está diciendo "adiós" a medida que el invierno madura en este 2025 turbulento.


Un error en la matrix. Vol. I

 ¿El día? Puede ser cualquiera, digamos que en esta ocasión el calendario marcaba un martes. La tarde era tibia, sin muchos reflectores más ...