lunes, 14 de enero de 2019

Veinte Dieciocho. Vol. II

Un cascabel en casa.

"Lo conocí como un rayo de luz, partiendo el cielo
en miradas de color azul".



A medida que el invierno se marchaba, se renovaba también el calor en el hogar y cerca de los pies fríos pero, sobre todo, cerca del pecho rasgado y ligeramente herido. Otras renovaciones me han llegado en forma de borracheras memorables de las que recuerdo poco, incluso en forma de caricias carentes de ardor amoroso y más bien llenas de lujuria y simpleza; pero esta ocasión no, en febrero fue diferente todo.

Esos vacíos tétricos y los desvelos lamentables, seguidos de las mañanas con las manos llenas de aceite y grasa de automotor, fueron soportables gracias a una visita que no fue planeada, pero que en definitiva sí era necesaria, no sólo para mí sino para quienes compartían las paredes amarillas conmigo.

Un amiguito de pelaje suave apareció metido en una pequeña casita afelpada y con un costal de croquetas adjunto, dientitos apenas afilados se defendían y unas garritas inofensivas atentaban con rasgar la piel de quien ya había sido cortado por la mitad, pero toda esa pose de depredador sucumbió cuando el pequeño felino conoció los brazos amorosos de los habitantes de casa y, especialmente, la necesidad de cariño que tuve por aquellos días.

Se ató un cascabel casi tan grande como la cabecita del minino, y la armonía de ese sonido acompañado de las travesuras y corretizas agitadas, dieron vida al jardín interior que renacía en pleno invierno; los mimos eran incesantes y el ronroneo nocturno agitaba los sentidos al desear únicamente la protección y paz de la bolita de pelos blancos que había llegado a mi habitación para dormir junto a mí, y devolver la sonrisa que estuvo perdida entre canciones de dream pop y tabaco.

Eso fue febrero, la llegada de un gato a mi vida; nunca me habían gustado y ciertamente nunca pensé en tener uno conmigo pero, su arribo me hizo creer que en ocasiones, los dioses te envían a seres celestiales para ser salvado de la penumbra. Mi minino fue eso, el nuevo protector de un corazón hastiado, el dueño de mis quincenas (literalmente) y la salvación que uno espera encontrar en mesías inmortales, pero que llega con la simpleza y gloria de un par de ojitos azules, y todo el calor y amor independiente que un Loki puede ofrecer.

jueves, 10 de enero de 2019

Veinte Dieciocho. Vol. I


El adiós que nunca llegó.

"Es difícil decir que las cosas podrían ser mejores"


En los oídos sonaban los acordes de una canción que creí era mía. Abrumado por los cerros verdes y el ladrido incesante de los perros estuve esperando por horas un saludo que jamás llegó, una caricia, un pétalo, una estrella; lo que fuere que me devolviera a aquellos muslos cálidos donde sentí confort y ante todo, amor.

El 2018 comenzó incierto, apenas unos días antes yo me sentía un rey con la vista de mi reino reflejada en un par de ojos alucinantes y fue -literalmente-, de la noche a la mañana, cuando el castillo de arena se desplomó y el monumento en honor a aquél ángel de oscura cabellera y dulces labios, se rasgó desde el centro hasta la cabeza, llevándose con su memoria también mis recuerdos de calma y romance.

No sirvió en lo absoluto pensar en esa canción que creía nuestra, mía y de ella; no sirvió pensar en la absurda idea del "siempre por siempre" ni en la piel unida por la ferocidad y lealtad de una pareja de lobos, no sirvió recoger las lágrimas de aflicción bajo el amparo de las luces de esta ciudad y, ciertamente, tampoco sirvió abrir al pecho y querer acoger heridas que no había infligido yo; nada sirvió al final -y paradójicamente-, al inicio del pasado año.

Fue ese el inicio, en donde un lobo se tornó en un pequeño cachorro inseguro buscando respuestas entre cajetillas de cigarros y noches muy profundas, deseando recorrer un camino de vuelta al pasado, añorando haber iniciado esa historia fugaz con cuatro años de antelación; así fue como enero me sacudió: con la larga y vacía espera de una despedida que en ningún momento siquiera se acercó.  






Un error en la matrix. Vol. I

 ¿El día? Puede ser cualquiera, digamos que en esta ocasión el calendario marcaba un martes. La tarde era tibia, sin muchos reflectores más ...