martes, 21 de noviembre de 2017

Crónicas de un Aspirante. Los Últimos Días. Vol. II

"Vamos un rato a caminar, que hoy no puedo sin ti"


Con el otoño paseándose en la ciudad capital, los aires fuertes se han llevado de un lado a otro las nobles hojas que visten a los árboles, y además de esas hojas, el viento mismo pasea por estas calles los sentimientos de cuatro años bien vividos en la tierra del paste, los tuzos y el patriarcado priísta.

Las gordas y espesas nubes se reúnen en el cielo y no permiten ver el azul de allá arriba. Los transeúntes van de un punto a otro, caminan con prisa o fuman un cigarrillo con mucha calma, van sin rumbo, solos y con compañía, carcajean, maldicen y joden con su florido lenguaje vulgar, como si su vida dependiera del número de veces que dicen puta, pendejo ó chingón.

Todas esas palabras 'padres', como diría don Jacobo, me hacen recordar con más fuerza mis momentos en los pasillos, salones y demás áreas del instituto en donde aprendí a observar y a juzgar el comportamiento de las masas o la nula intelectualidad de las figuras que aparecen a cuadro en nefastos episodios televisivos. En ese recinto diseñado como un laberinto propio del mito del arquitecto Dédalo y el Minotauro, conocí la hermandad del espíritu que contraria a la hermandad sanguínea, llega sin avisar y deja huella aún cuando se va.

Ahí mismo gocé de columpiarme junto a mis 'amigos telúricos', en un trozo de tela que me dio motivos para volar alto y me mostró que la vida a veces sí pende de un hilo -o de una tela-.
Ahí mismo sufrí por un nombre cuando el espacio destinado a albergar voces y melodías, no había sido bautizado formalmente. Me hizo feliz que todo fuese aleatorio, y entendí que por raro que suene, no siempre somos lo que somos, o lo que creemos ser.

Las noches se quebraban con fuertes ráfagas de viento que hacían estallar las ventanas y, mi nula costumbre, me causaba temblores y dolor en las costillas. Extrañaba casa más en el otoño que en el verano, jugaba con pelotas en el árido clima y contaba estrellas mientras recorría como ciego los senderos de la inseguridad que representaban mis deseos de abandonar todo, de mandar a la basura el esfuerzo de viajes y gastos y sacrificios hechos en el seno familiar. Y si no desistí fue porque dentro del corazón fatigado siempre creí que algo bueno tendría lugar, pero sin estar seguro de cómo, cuándo y qué pasaría.

Entre exposiciones y ensayos la vida académica transcurría, y yo sólo estaba ahí, pensando y extrañando a morir. Era apenas el inicio de una aventura y cada paso llevaba un toque ligero de miedo, ansiedad y duda, pero esa misma carga de incertidumbre se complementaba con el deseo y la ambición propia de quien leía historias del Magno Alejandro y buscaba replicarlas en un terreno invadido por la Escuela de Frankfurt y muchas figuras retóricas organizadas en ficheros de colores. 

¡Si tan sólo hubieran presenciado esos días! Esa ingenuidad tan mía siendo conquistada por unos tragos en la fiesta y por canciones sonando en una bocina. De aquél muchacho ilusionado queda poco, y no porque hoy se exprese con menos emotividad y más inyecciones de realidad, con menos cristiandad en las venas y más poesía en la boca y en los dedos; o con menos inocencia pero la misma sinceridad y pasividad. Más bien queda poco de ese muchacho porque como diría el filósofo Heráclito: "Nadie se baña dos veces en el mismo río".¡Si tan sólo hoy notaran el cambio! Ojalá pudieran ver lo que yo veo en mí y lo que quiero proyectar desde mi trinchera, sentado muy cercano al foro de televisión, con el corazón ardiendo y la consciencia sana y tranquila, encausada hacia un par de luceros y largos y preciosos cabellos.

Los últimos días paradójicamente me hacen pensar en los primeros, en el comienzo del fin, así como la muerte me hace pensar en el nacimiento, así como el renacer me hace pensar que el propósito de esto es morir, pero morir luego de haber vivido bien. Una serie de dichos y palabras enredadas que al final deshacen el enredo que significa estar en este preciso momento, parado aquí, con una voz resonando en las paredes y con una sonrisa enorme, digna de ser retratada, sincera como para ser preservada y radiante como para que no se apague en el futuro cercano.

Y así, amigos míos, es que transcurren los últimos días de quien aspira a contar tantas historias como sea posible. Así, a las luces de esta ciudad, es como quien les narra memorias decembrinas, terremotos y fidelidad por un equipo de fútbol, hoy les narra lo lindo de aquello que llega espontáneamente y que deja huella aún cuando parecería que en ocho semestres previos ya había pasado todo. Así es como esta crónica -o relato, mejor dicho- llega a su fin en el tiempo correcto, en la ciudad indicada y con las risas que llegan de la nada y se quedan cariñosamente guardadas.



viernes, 10 de noviembre de 2017

Crónicas de un Aspirante. Los Últimos Días. Vol. I

Cuando el tiempo pasa y nos hacemos viejos nos empieza a parecer que pesan más los daños, que los mismos años.”

Pasé un año de mi vida imaginando cómo sería convertirme en periodista. Lo hacía mientras trabajaba en el taller de mecánica en mi bachillerato y llevaba puesta la bata azul y gafas de seguridad. Imaginaba que usaría un traje, corbata y que estaría haciendo múltiples reportes y entrevistas a nivel cancha en estadios deportivos en todo el mundo. Me veía charlando con Aaron Rodgers en la antesala de un Super Bowl, en la final del mundial de fútbol en Rusia esperando la coronación de la Mannschaft o narrando un juego de baseball en directo desde Fenway Park, en Boston.

Las visiones no tienen mucha relación con la realidad inmediata, al menos no en este preciso momento en donde me toca hacer un balance sobre lo acontecido en los últimos 14 meses desde que el simulador periodístico se convirtió en el modus vivendi de quien ahora escribe con nostalgia. Deben saber que esta -la nostalgia- es de mis sensaciones menos predilectas, pues se trata de un estado en donde ni somos alegres, ni estamos tristes ni sabemos qué sentir o cómo sonreír.

Con esa variedad de ánimos es que recuerdo cuando comencé esta aventura, esta recopilación de intervalos carentes de cordura pero cargados con una percepción tan íntima, que en muchas de las líneas puse auténticamente el corazón y las lágrimas mientras hilaba las palabras hasta convertirlas en una suerte de voz escrita. Así es como podría expresarles mi primer desencanto con mi área de énfasis, o mi primer hartazgo jugando a ser reportero.

El intento que hice por convertirme en un periodista, me llevó a odiar las rutinas, las escritura poética, la música cursi y la comedia ridícula y, en cambio, me hizo fanático de la barba ligeramente desordenada, las piezas compuestas por Beethoven, el whisky nocturno, los cigarrillos en días fríos, el café en las madrugadas y el humor negro. No justifico esos ‘vicios’ como consecuencia de mi aspiración periodística, pero en definitiva llegaron a mi vida cuando más necesarios eran.

Porque los primeros dos semestres de esta travesía se pasaron entre frustración y buenos ratos, cariños inesperados y escritura mecanizada, rutina agobiante y tareas sin entregar; jugando también a ser bombero y esperando a que un incendio se extinguiera con apenas una cubeta de agua (esta es un analogía que explica cómo su servidor intenta salvar los exámenes globales).
Los primeros dos semestres gocé más ir a ver las películas de súper héroes, que escribir lo vacío que me hacía sentir el hecho de que no estaba siendo un buen intento de periodista.


El recuento de daños me hace pensar que, tal vez yo no vine a este mundo para escribir sobre otros, sino para ser sobre quien se escriba, lo cuál ya es demasiado soberbio de parte mía pero, ¿debe uno ser quien busque y decida el destino propio, o debemos someterlo al deseo de terceros? Ese recuento también me hace creer que allá afuera hay muchas historias que piden ser expuestas, pues lo mínimo que merecen las personas cotidianas que hacen obras dantescas, es ser escuchados.

Este primer tomo en donde hago memoria tenue sobre las condiciones tan grises que acompañaron los primeros meses, me ha llevado a desear compartir con ustedes memorias más lúcidas, tangibles y optimistas, pues el peregrinar no sólo fue tedioso, sino que también tuvo adornos vivaces y coloridos. La caminata entre reportajes, notas, artículos, entrevistas y trabajo de campo también tuvo la brillante presencia y sapiencia de personas como Gregorio allá en Necaxaltépetl, el coach Sánchez Cabrera y sus 'garzas tackleadoras' o el maestro Pacheco en los pasillos de mi instituto.

Por ello, esta serie se prolongará durante más entregas en este mismo espacio con el único fin de que sean parte de éstos últimos días que iniciaron en el lejano verano de 2013, cuando un grupo de astronautas rockeros cantaban muy cerca de la orilla en el fin del mundo, siendo ese mismo verano el instante donde el efecto dominó comenzó, y que hasta ahora me ha llenado de sentimientos encontrados, como mis amados Rojinegros del Atlas.

Un error en la matrix. Vol. I

 ¿El día? Puede ser cualquiera, digamos que en esta ocasión el calendario marcaba un martes. La tarde era tibia, sin muchos reflectores más ...