jueves, 13 de julio de 2017

Noches con Panoramas Infinitos y Ratos Melancólicos. Vol. II


La Diosa no estaba, se había ido, o tal vez sí estaba pero se encontraba ausente. Dentro de lo vacío que me sentía, por lo menos era bueno saber que la Diosa y yo teníamos algo en común: parecíamos ausentes la misma noche. Ella de mí, y yo del resto del mundo. 
Mi noche era una tormenta de pensamientos disfrazada de la calma que los marineros sienten cuando pisan tierra luego de estar a la deriva. El pasado, el presente, el futuro; todo tenia lugar pero no forma, todo tenía color, textura y aromas pero, nada tenía lógica aparente. La cena era exquisita, el clima mantenía mis pies helados y de alguna manera sedaba mis dolores corporales pero avivaba los sensoriales, los que le competen a las memorias y los sentimientos. 


¿Disfrutamos la vida o qué? ¿Cómo se disfruta la vida? ¿Qué se hace cuando la vida pasa lentamente a través de las costillas en una noche de verano fría? Apenas un puñado de preguntas y toda una baraja de respuestas posibles. Entre chistes malos en la TV y el eterno resplandor de una mente sin recuerdos, pensé que lo mejor para explorar el panorama infinito de este episodio, sería dormir y hacer a un lado los ratos melancólicos; pensé que sin emociones conectadas a memorias específicas dentro de mi mapa mental, podría dormir tranquilo como suelo hacerlo luego de un par de tragos de whisky. Pensé, pensé, pensé. Nada.

La infinidad del panorama me alcanzó y la melancolía de los ratos se hizo presente en mi pequeña cama individual. Los compañeros de sueños que suelen acompañarme, no tenían respuesta con toda su suavidad y felposa presencia. La luz no existía porque es inhumano pretender descansar cuando uno mira directamente a la luminosidad de ese foco blanco. Escuchaba claramente todo tipo de sonidos. Estaba presente una disputa entre canes en la cercanía de esta casa, unas cuantas y tímidas gotas de agua chocando contra la ventana, el viento meneando suspiros, la relajación y el descanso de mi familia... todo tenía sonido e identidad, todo menos yo. Yo carecía de sonido porque aunque estaba despierto, no tenía muchas ganas de hablar. ¿Con quién diantres iba a hacerlo? Ni siquiera conmigo mismo era válido eso porque, mi otro yo, el que a veces me escucha, ya estaba cansado de la misma charla sobre la misma mujer y sobre los mismos ratos de nostalgia. ¡Yo no me cansaría de ella ni de esos ratos! ¡Qué maravilla ha sido poder vivirlo!

Avanzaban las manecillas del reloj y yo seguía vivo, despierto pero fatigado y al mismo tiempo, enérgico. Meloso entre un amor para recordar y el afortunado que encontró a un ángel en el infierno que representa la guerra. Meras referencias hacia películas románticas, claro está. La madrugada pasó así, con entretenimiento cursi mientras la soledad me hacía grata compañía. ¿Qué tan absurdo debe ser que en mi madrugada libre, una historia de amor me haga sentir jodidamente triste? Tal vez se debe al ideal que a mí me gustaría perfeccionar con la compañía indicada, tal vez.

Los panoramas morían de a poco con el marchar del tiempo nocturno pero los ratos esos de melancolía -o nostalgia, no se-, seguían martillando mi pecho, mi hombro derecho, mi muñeca izquierda y ambas rodillas. En realidad esos son achaques que la edad me ha dado pero, me gusta creer que explicándolo así tiene un impacto mayor en los miles de lectores que entran a este blog. Cercano el amanecer acompañado de la maravillosa estrella matutina, deduje que la cura para todo mal es revivir las memorias que se guardan cerca del hipotálamo, según recuerdo haber visto en un episodio de House M.D.
Que haya una narrativa tan clara usando fotografías, habla de que las capturas fueron perfectas, o de que nadie salvo yo, recrea mejor el momento. Corrió una lágrima por mi pómulo hacia mi mejilla y se ahogó en mis labios. Ignoro si se trataba de alegría o tristeza, pues me supo a sal con una carga moderada de 'ganas de alguien'. Cerré la computadora y los ojos también... 


viernes, 7 de julio de 2017

Noches con Panoramas Infinitos y Ratos Melancólicos. Vol. I

He dejado muy descuidado este espacio. En realidad, más que descuidado, lo he privado de lo cotidiano que a todos nos suele sorprender si sabemos mirar adecuadamente. Desde un ave picoteando un pañal sucio en el centro de la ciudad, hasta un grupo de esponjadas nubes intentando borrar al astro rey, sólo para darle más fulgor entre colores rojizos y la nostalgia de los momentos de gozo que algunas personas nos hacen pasar. 

Lo cotidiano siempre es extraordinario. No tan extraordinario como la cantidad de galaxias que se forman en el iris de los humanos, tampoco tan extraordinario como un sueño que te inunda al grado de sentir la piel de quienes viven en esa ilusión nocturna, no. Lo cotidiano más bien es extraordinario como el amor que una cachorra siente por un grupo de cuatro desconocidos que la tratan como princesa. Lo cotidiano es y será siempre, mi tema preferido para narrar lo que mis sentidos perciben.

Hace tiempo escribí una entrada con un título en el que parecía que su servidor aborrecía las palabras nocturnas. Pido una disculpa porque no era yo quien actuaba, era la motivación que una persona -no muy grata- provocaba en mí. Por cuestiones de respeto a mi pasado, no pienso hablar de esa mujer de tez rosada y cabellos enroscados. Espero que comprendan. 

Las palabras de medianoche y el sentido que intento darles, surgen a raíz de la nostalgia de las vacaciones. Si mal no recuerdo, este espacio lo inicié hablando justamente de las vacaciones. Hace un año el verano parecía una oportunidad para buscar sonrisas y transformarlas en un ideal de compañía. El verano del lejano 2016 pretendía ser el comienzo de algo bárbaro y fructífero en mi carrera por convertirme en el mejor periodista de mi generación (cosa que ya no creo, sin embargo ahora considero ser el más dúctil y talentoso escritor de la misma, mera modestia de mi parte). El verano pasado ofrecía mucho, y me dio nada. ¡Ahí radica, amigos míos, la melancolía de esta estación! 

No se dejen llevar por el extenso y absurdo título, pues además de escribirlo con el fin de sonar poético y de captar su atención, he intentado relacionarlo al presente espacial e irreal que me tiene aquí. Ya no hay más verano, al menos no ese verano idealizado y lejano. Ahora el verano es real, es cotidiano, es de miles de tonalidades e irónicamente, también es gris. Hoy el verano ya no tiene sonrisas que se van a convertir en seres perfectos, hoy mi verano tiene memoria propia, caminatas por las calles de esta ciudad, fotografías de fachadas y de un Reloj Monumental. Hoy el verano no es la línea de partida en la carrera periodística que solía ser. Hoy mi verano es el principio de muchas más palabras encausadas a un mismo fin. Hoy el verano no habla de anhelos ni sueños rosas. Hoy mi verano desea descubrir bosques y el secreto de una 'Sophia' que encontré -o me encontró- por allí.

Es este el volumen primero, el principio de un fin. Es un Alpha que irremediablemente tendrá un Omega. Las noches con panoramas infinitos descansarán mientras termino por entender lo finito y sigo fantaseando con lo interminable. Los ratos melancólicos pasarán, como pasa el dolor de pecho cuando tomas un analgésico o cuando miras una fotografía que capturó el momento perfecto. No hay más por hoy, me quedo con mis nuevas experiencias veraniegas, con mis pensamientos cálidos y con mis cartas y poemas. ¡Hasta la próxima noche de nostalgia!

Un error en la matrix. Vol. I

 ¿El día? Puede ser cualquiera, digamos que en esta ocasión el calendario marcaba un martes. La tarde era tibia, sin muchos reflectores más ...